Estamos ante un relato considerado por el propio Ernst Lubitsch como su mejor película. Una joya con todos los elementos característicos del "toque Lubitsch" muy bien mezclados para conseguir una comedia sofisticada y elegante, donde además de disfrutar de un buen cine, su director nos deja caer alguna que otra burla no exenta de crítica.
La trama es bastante sencilla. Un famoso ladrón de guante blanco que se hace pasar por el barón Gaston Monescu (Herbert Marshall), conoce en Venecia, mientras se alojan en un hotel de lujo a una bella joven, Lily (Miriam Hopkins), una carterista que se hace pasar por condesa. En una romántica cena a la luz de la luna llena, cada uno reconoce las habilidades delictivas de su oponente y surge un enamoramiento inmediato.
Sobreviven mediante pequeños robos que recuerdan con deleite y precisión. Remedan el acto del robo y sus dificultades con más aprecio que las obras de arte robadas. Casualmente se cruza en su camino una joven y atractiva viuda, Mariette Colet, (Kay Francis) extremadamente rica que está acostumbrada a rechazar a sus pretendientes. Vive sus lujos sin preocupaciones y derrocha gran cantidad de dinero en joyas.
Una noche en la ópera, Gaston consigue robarle a Colet un bolso carísimo, con incrustaciones de diamantes. Sin embargo, deciden devolverlo a su verdadera dueña debido a la recompensa que ésta última ha ofrecido por su preciado bolso.
La presentación y puesta en escena de Gaston es impecable. Despliega todo su encanto, su elegancia y caballerosidad para demostrar sus gustos refinados y nobles intenciones, aunque la realidad es bien distinta. Su instinto de ladrón le empuja a urdir un plan que le permita estar al servicio de la rica dama como asesor de finanzas y de este modo poder sacarle gran cantidad de dinero en efectivo, sin tener que robar joyas las cuales luego deben venderse para sacarle beneficios.
Uno de los elementos que más gustaba a este director era el juego de tríos protagonistas. En este caso, el triángulo emocional se establece entre un hombre y sus dos mujeres, la que tiene como compañera y la que debe seducir para engañar y de la que acaba encaprichándose. Un trio de protagonistas que se mueven con gran elegancia, sutiliza, estilo propio y cinismo.
Con el guión de Samson Raphaelson y la fotografía de Victor Milner, Lubitsch alcanza ese toque de elegancia para convertir una comedia romántica en sofisticada. Una trama donde los protagonistas mantienen relaciones íntimas, nunca explícitas en la pantalla, pero siempre intuidas. Al igual que la imagen inicial de un robo, nunca visto, siempre contado por la propia víctima, un excelente secundario en la piel de Edward Everett Horton, que además es uno de los eternos pretendientes de la rica viuda. Una escena de robo que se construye mediante un juego excelente de sombras.
Durante el relato Lubitsch hace un uso magistral de las elipsis y del fuera de campo. Consigue escenas fundamentales en el guion donde todos saben lo que pasa, pero nunca lo ven. La insinuación, otra de sus grandes bazas en pantalla, que realiza mediante el enfoque de objetos, como por ejemplo un reloj, el cual alberga toda una escena erótica a sus espaldas.
Hablar de Lubitsch es hablar de sutileza e ingenio con el denominador común de una elegancia. Según decía de él Billy Wilder, es imposible imitar su magnífica puesta en escena, conseguir tanto con tan pocos elementos.
Además sus diálogos, jugando con dobles mensajes, esconden un ingenio pocas veces visto en pantalla. Su burla y su ironía, pese a su apariencia frívola, no están exentos de cierta crítica.
Con "Un ladrón en la Alcoba" quiso rendir homenaje al cine silente, ya desaparecido. A ese cine de las imágenes que hablan al espectador que sabe ver y escuchar. Consiguió aglutinar en esta película todos sus grandes recursos y hacer ese cine del que se sentía tan orgulloso:
Sombras nocturnas a la luz de la luna, encuadres magníficos que revelan las intenciones de los protagonistas como la imagen de la pareja en el espejo y su sombra sobre la cama de matrimonio mientras se prometen amor eterno.
El juego de malos entendidos, de ambigüedades, de planos fijos encuadrando objetos donde en "el fuera de campo" ocurre toda la acción, dejan siempre al espectador la posibilidad de fantasear y de crear su propia versión de la historia.
En definitiva, una pequeña joya de un brillante genio, divertida y deliciosa para contemplar y para disfrutar del buen uso del lenguaje cinematográfico y de unos chispeantes y divertidos diálogos interpretados por un sólido elenco de actores, no sólo en los papeles protagonistas, sino también contando con unos magníficos personajes secundarios que enriquecen y complican el relato.
Frases para recordar:
- Camarero: ¿Con qué desea que comencemos?
- Barón: No es fácil. Los comienzos son siempre difíciles. Si Casanova resultara ser Romeo cenando con Julieta y ésta se convirtiera en Cleopatra. ¿Con qué empezarías?.
- Camarero: Con unos combinados, señor
- Barón: Ha de ser una cena maravillosa, quizás ni la probemos.... ¿Ve esa luna llena?
- Camarero: Sí, señor.
- Barón: Quiero esa luna llena en el champán.
Título original: Trouble in Paradise.
Director: Ernst Lubitsch.
Intérpretes: Herbert Marshall, Miriam Hopkins, Kay Francis, Edward Everett Horton, Charles Ruggles, C. Aubrey Smith.
Escena:
Reseña escrita por Bárbara Valera Bestard
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