La isla Dawson está situada al sur de Chile, en el estrecho de Magallanes, formando parte del archipiélago de la Tierra del Fuego. A comienzo de la década de los 70 del siglo pasado (lo escribo así para crear atmósfera nostálgica) el gobierno del presidente Salvador Allende, primer marxista que llegaba al poder en Sudamérica, estableció allí un campamento para la Armada chilena. Los hechos acaecidos aquel otro, el anterior, 11 de septiembre (1973), cuando los militares dieron un golpe de estado derivaron a que esta base militar se convirtiera en un campo de concentración por donde pasaron más de 400 prisioneros, entre ellos una treintena de ex-ministros y colaboradores del derrocado mandatario. El autor de la novela en la que se basa esta película es Sergio Bitar, uno de aquellos, que narra en primera persona los ultrajes y penurias de los que fueron víctimas.
El filme comienza con la llegada a la isla en Octubre de 1974 de un grupo de periodistas extranjeros que quieren constatar el estado de los reclusos, uno de ellos dice al ser interrogado que se encuentran como se puede esperar de ellos en una condición así, sin embargo es otro el que interviene y habla a nombre de sus compañeros denunciando la baja calidad de vida que les imponen, el militar a cargo trata de desviar la atención pero ya nos dimos cuenta de lo infrahumano del asunto. Un año atrás observamos la llegada de los prisioneros, se nos informa que fueron colaboradores del gobierno y ahora prisioneros de guerra, al sacarles la bolsa que llevan en sus cabezas presenciamos que en sus rostros hay total incertidumbre y miedo. No sabían a donde los llevaban y en ese momento advertían que en aquellas heladas tierras pasarían un período indeterminado.
El filme comienza con la llegada a la isla en Octubre de 1974 de un grupo de periodistas extranjeros que quieren constatar el estado de los reclusos, uno de ellos dice al ser interrogado que se encuentran como se puede esperar de ellos en una condición así, sin embargo es otro el que interviene y habla a nombre de sus compañeros denunciando la baja calidad de vida que les imponen, el militar a cargo trata de desviar la atención pero ya nos dimos cuenta de lo infrahumano del asunto. Un año atrás observamos la llegada de los prisioneros, se nos informa que fueron colaboradores del gobierno y ahora prisioneros de guerra, al sacarles la bolsa que llevan en sus cabezas presenciamos que en sus rostros hay total incertidumbre y miedo. No sabían a donde los llevaban y en ese momento advertían que en aquellas heladas tierras pasarían un período indeterminado.
La milicia les hace saber que en este lugar no son nada ni nadie, no tienen nombre y para reconocerles recibirán un número de acuerdo a la barraca que ocuparán. Sergio a partir de entonces se le conocerá como Isla 10.
La exposición de los personajes y sus vicisitudes no varía mayor cosa que otros filmes de prisioneros de guerra, la diferencia radica en que no hay un personaje fuerte o líder, más bien contemplamos una cotidianidad cercana al conformismo. Eso no quiere decir que no quieran escapar o que protesten por los maltratos o que no haya lugar para el humor entre todo el miedo, hambre, frío y desesperación. Entre los militares, observamos que los miembros de la armada no son enteramente malos sino que cumplen con su deber, incluso uno de ellos se compadece de los primeros y cuando puede les ayuda a provisionarse más de alimentos y está pendiente de su estado de salud. Incluso el comandante en un momento se negará al exterminio propuesto por un coronel que llega del continente. Existen unos misteriosos graffitis con frases esperanzadoras que aparecen en los muros pero desconocemos su autor hasta el final. Y un lugareño que hace función de ángel guardián ocasional.
La película concluye con la descripción de lo que ocurrió con algunos de los prisioneros luego de su liberación mientras escuchamos un discurso de Allende y una canción enfatizando sus frases.
La exposición de los personajes y sus vicisitudes no varía mayor cosa que otros filmes de prisioneros de guerra, la diferencia radica en que no hay un personaje fuerte o líder, más bien contemplamos una cotidianidad cercana al conformismo. Eso no quiere decir que no quieran escapar o que protesten por los maltratos o que no haya lugar para el humor entre todo el miedo, hambre, frío y desesperación. Entre los militares, observamos que los miembros de la armada no son enteramente malos sino que cumplen con su deber, incluso uno de ellos se compadece de los primeros y cuando puede les ayuda a provisionarse más de alimentos y está pendiente de su estado de salud. Incluso el comandante en un momento se negará al exterminio propuesto por un coronel que llega del continente. Existen unos misteriosos graffitis con frases esperanzadoras que aparecen en los muros pero desconocemos su autor hasta el final. Y un lugareño que hace función de ángel guardián ocasional.
La película concluye con la descripción de lo que ocurrió con algunos de los prisioneros luego de su liberación mientras escuchamos un discurso de Allende y una canción enfatizando sus frases.
Miguel Littín, cineasta chileno, al parecer tenía pendiente realizar una película en la que se observase por dentro la represión de la dictadura de Augusto Pinochet. Y qué más propicio hacerla en un año de elecciones presidenciales y más si Bitar, que ha sido ministro de varios presidentes, era parte del gabinete de Michelle Bachelet, presidenta, cuyo partido aspiraba mantenerse en el gobierno. Littín que aunque nunca ha pertenecido a ningún partido político es un simpatizante del socialismo pues quienes hemos leído la novela de Gabriel García Márquez "Miguel Littin, clandestino en Chile" descubrimos abiertamente su orientación política. Y este es el mensaje que entrega en su película, de seres humanos reprimidos por su compromiso social y su postura ideológica.
Quizá el socialismo puro, en el sentido que la pureza signifique no estar contaminado, funcione. No obstante durante los últimos años hemos visto en Sudamérica que esta ideología se ha mancillado con el caudillismo y como dice una reconocida politóloga centroamericana al populismo le gustan tanto los pobres que los multiplica. La moraleja subyacente es lo peligroso que resulta idealizar las ideologías.
Quizá el socialismo puro, en el sentido que la pureza signifique no estar contaminado, funcione. No obstante durante los últimos años hemos visto en Sudamérica que esta ideología se ha mancillado con el caudillismo y como dice una reconocida politóloga centroamericana al populismo le gustan tanto los pobres que los multiplica. La moraleja subyacente es lo peligroso que resulta idealizar las ideologías.
Director: Miguel Littin.
Intérpretes: Benjamín
Vicuña, Bertrand
Duarte, Pablo
Krögh, Cristián
de la Fuente, Sergio
Hernández, Luis
Dubó, Caco
Monteiro, Horacio
Videla.
Trailer:
Reseña escrita por Carlos Fernando Carrión Quezada
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