Se trata de la historia de dos hermanos, cada uno de los cuales arrastra sus propias adicciones y sus propios demonios que los atormentan. Han crecido de forma autodidacta en los suburbios, en una familia monoparental, sin figura paterna ni otros familiares cercanos. Su madre era una adicta al alcohol, absolutamente ausente, que vivía de la prostitución y desplazaba toda la responsabilidad del núcleo familiar sobre su hijo primogénito, Nick (Jakob Cedergren), un chaval de apenas 12 años que debía hacer las labores de un adulto. Durante su infancia y juventud, Nick cargó con la responsabilidad de ser el único cabeza de familia: cuidaba de su madre, de su hermano un par de años menor y de un pequeño bebé.
El relato comienza con una bella imagen de los dos hermanos intentando ponerle nombre a un bebé. En una especie de ritual íntimo y cariñoso, los niños parecen estar protegidos en su microcosmos particular, separados del resto del mundo por una gran sábana blanca. La escena está inundada de luz, se respira paz, amor y seguridad. Para enfatizarlo, la fotografía emplea filtros de color que matizan tonos muy luminosos y suaves, lo más parecido a un encuadre en colores pastel. Esta imagen inicial contrasta con su vida diaria.
En la primera parte de la película se nos muestra la familia desde la infancia de los dos protagonistas. Viven sumergidos en la pobreza y el desamparo afectivo. Son víctimas de los malos cuidados de una madre inmersa en un grave alcoholismo y carecen de padre o de cualquier otra figura adulta que se encargue de su cuidado. Tras este primer acercamiento a la infancia de nuestros dos protagonistas existe una gran elipsis que nos sitúa en la vida adulta de ambos. Ahora Nick tiene 33 años, acaba de salir de prisión, está perdido y desubicado. Sus únicas obsesiones son: recuperar a su antigua novia, desarrollar sus músculos y beber cerveza. Sus estallidos de ira con violencia van acompañados de duras peleas físicas, una de esas pelea fue la causa de su encarcelamiento. Su vida se nos dibuja gris y fría, congruente con los colores empleados en la fotografía de este tramo de la película. En uno de sus ataques de rabia, se destrozará la mano a golpes, y en vez de curársela en el hospital, dejará que la herida abierta se deteriore junto con el resto de la mano. Transmite la sensación de vivir para castigarse a sí mismo, y para descargar su rabia ante cualquiera que se interponga en su camino.
En la primera parte de la película se nos muestra la familia desde la infancia de los dos protagonistas. Viven sumergidos en la pobreza y el desamparo afectivo. Son víctimas de los malos cuidados de una madre inmersa en un grave alcoholismo y carecen de padre o de cualquier otra figura adulta que se encargue de su cuidado. Tras este primer acercamiento a la infancia de nuestros dos protagonistas existe una gran elipsis que nos sitúa en la vida adulta de ambos. Ahora Nick tiene 33 años, acaba de salir de prisión, está perdido y desubicado. Sus únicas obsesiones son: recuperar a su antigua novia, desarrollar sus músculos y beber cerveza. Sus estallidos de ira con violencia van acompañados de duras peleas físicas, una de esas pelea fue la causa de su encarcelamiento. Su vida se nos dibuja gris y fría, congruente con los colores empleados en la fotografía de este tramo de la película. En uno de sus ataques de rabia, se destrozará la mano a golpes, y en vez de curársela en el hospital, dejará que la herida abierta se deteriore junto con el resto de la mano. Transmite la sensación de vivir para castigarse a sí mismo, y para descargar su rabia ante cualquiera que se interponga en su camino.
Su hermano menor ahora es padre soltero. Su esposa murió víctima de la adicción a la heroína intravenosa. Él también es un adicto a la heroína intravenosa, pero vive únicamente dedicado a el cuidado de su hijo Martin de seis años, al que adora y con el que mantiene una gran relación. Pese a ser un adicto que vive traficando en las calles, no deja que su hijo lo sepa y su objetivo es conseguir una vida mejor a la suya para su descendiente. Pero las limitaciones que le impone su adicción se harán cada vez mas patentes e impedirán normalizar la vida del pequeño. Nick y su hermano no se han visto durante muchos años. Aparentemente llevan vidas diferentes, sin embargo ambos arrastran adicciones: El mayor bebedor compulsivo de cerveza y obsesionado con un cuidado del cuerpo, limitando casi con la vigorexia y su hermano, famélico, convertido en pequeño traficante, apenas se sostiene por su profunda adicción a la heroína intravenosa. Cada hermano vive prisionero de sus propios tormentos.
Durante la trama comenzamos a intuir que ambos comparten los mismos fantasmas y un gran sentido de culpa que les hace autocastigarse en unos casos, e intentar huir de la realidad en otros. Las vidas de estos hermanos se cruzarán en un momento de su madurez. El reencuentro de ambos supondrá una ocasión para revisar sus propias vidas, intentar recordar un brutal accidente que ocurrió en su infancia como detonante de la forma de encarar sus vidas. Juntos intentarán cerrar las heridas de su infancia y buscar el camino hacia la redención. Al entender cuáles son las raíces de sus atormentadas existencias, el director conseguirá que el espectador pueda sentirse más cercano a estos dos personajes que durante todo el metraje se nos han dibujado como pertenecientes al submundo de la violencia y las adicciones.
El director dibuja un círculo con la primera y la última escena, una espiral en la que los protagonistas pasarán sus vidas prisioneros, sin lograr una salida que pueda aliviar sus tormentos interiores. Un destino que viene marcado por una infancia en un núcleo familiar disfuncional. Una de las interpretaciones que el espectador puede llegar a plantear podría especular sobre el origen de las adicciones: Existe una herencia biológica?. Están condenados a repetir patrones de conducta de su núcleo familiar?. Es la el ambiente social y las graves carencias emocionales que sufrieron la causa de sus adicciones? Proceder de un núcleo familiar disfuncional y precario emocionalmente les hace carecer de los recursos, tanto educacionales como afectivos que determinan su destino. A pesar de todo lo mencionado, la ternura que cada uno de ellos sigue manteniendo en su interior y la gran fuerza de su amor fraternal será su única tabla de salvación.
Estamos ante una película de Thomas Vinterberg, uno de los co-fundadores del movimiento Dogma 95, que tras sus grandes éxitos precedentes se decidió a la adaptación de la novela homónima de Jonas T. Bengtsson. El título hace referencia a una forma de tortura que consiste en que la cabeza del preso se mantiene debajo del agua. Aunque algunos han venido a describir esta cinta como la más descafeinada del director danés, no deja de ser una historia que alberga un gran drama social, contado con una peculiar narrativa y con una fotografía impecable. Charlotte Bruus Christensen, combina en los diferentes encuadres fotográficos unos filtros de color azulados y en tonos fríos que enfatizan la ausencia de emociones cálidas en el film. También es destacable la interpretación de hermano mayor por el actor Jakob Cedergren sobre el recae todo el peso del relato. El actor es capaz de recrear para el personaje tantos matices como el guión le permite, desarrollando una gran profundidad con largos silencios y unos primeros planos espectaculares. Cedergren se come la pantalla en cada escena, y es uno de los grandes hallazgos de la película. En definitiva, una historia desgarradora, bien contada, con emociones bien definidas, visualmente implicada en la trama y con una BSO a cargo de Kristian Eidnes Andersen, magnífica.
Director: Thomas
Vinterberg.
Intérpretes: Jakob
Cedergren, Peter
Plaugborg, Patricia
Schumann, Gustav
Fischer Kjærulff, Morten
Rose, Helene
Reingaard Neumann.
Trailer:
B.S.O.:
Reseña escrita por Bárbara Valera Bestard
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