LOS PARAGUAS DE CHERBURGO (1964). El musical francés de Jacques Demy.

los paraguas de cherburgo
Mientras otros realizadores de la Nouvelle Vague, o nueva ola francesa realizaban filmes en blanco y negro, más naturalistas, experimentales, o lejos de la inquietud política de, por ejemplo, Jean Luc Godard, el año que éste rueda "El Soldadito (1963)", Jacques Demy filma, en rabioso y saturado color, la primera película de la historia del cine completamente cantada, a modo de ópera. Demy había debutado en la séptima de las artes con una comedia musical, "Lola (1960)", protagonizada por Anouk Aimée, con fotografía del "iluminador official" de la Nouvelle Vague, Raoul Coutard, y con letras de canciones compuestas por la esposa de Demy, la también realizadora Agnés Vardá. Si en esta película, el azar sacudía a sus protagonistas por las calles de la ciudad de Nantes, para su tercera película, la que nos ocupa, el marco elegido por Demy es Cherburgo, la ciudad costera de Normandía, convertida para la ocasion, en una suerte de plató musical, donde la Mirada del realizador, sin duda, rastrea el musical Hollywoodiense, aunque sin perder cierta conexidad de estilo con el mencionado movimiento cinematográfico francés. En apenas 88 minutos, y distribuída en tres partes: La Partida, La Ausencia y El Regreso, que transcurren entre 1957 y 1963, Demy, realizador y guionista, nos narra la historia de Guy Foucher (Nini Castelnuovo), un jóven mecánico, y Geneviève Emery (Catherine Deneuve), una jóven que trabaja en una tienda de venta de paraguas, propiedad de su madre, Madamme Emery (Anne Vernon). 

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El trasfondo de la incómoda Guerra de Argelia, incide de lleno en el romance de los jóvenes que se aman desesperadamente, pese a la oposición de la madre de ella. El plácido destino de la pareja se verá modificado inexorablemente cuando Guy recibe una carta de reclutamiento, que le obliga a partir hacia el controvertido país del norte de África. La distancia, la soledad de ella, su embarazo y las presiones de la madre, que siempre deseó a alguien económicamente mejor situado para su hija, hacen que la joven se case con el jóven millonario Roland Cassar (Marc Michel). El regreso de Guy a la ciudad sera particularmente doloroso: el paseo por lugares especiales, compartidos con Geneviéve, la memoria asociativa, que tantas malas pasadas nos juega en territorios amorosos, hará que busque consuelo en la prostitute Ginny (Jane Carat) y, de un modo más estable, en Madeleine (Ellen Farner), la jóven que cuida a la tutora del joven, su tía Elise. 

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La melodía del compositor frances Michel Legrand y las canciones escritas entre éste y Demy, se las arreglan para conducirnos por la emotiva historia de amor de los jóvenes protagonistas. En una época donde el cine trataba de librarse de las limitaciones del blanco y negro (hoy se considera artístico y elegante, en aquellos años como un límite a la expresión visual), Demy irrumpe en el panorama con una película de un cromatismo atronador. La secuencia de la última noche de los amantes antes de que Guy se vaya a su destino, vemos a los jovenes pasear, llorar, abrazarse, cantarse recíprocamente su incondicional amor entre sollozos, en un entorno donde los adoquines de las calles están bañados por una iluminación lateral azulada. A la izquierda del encuadre vemos una pared de color verde chillón, la del domicilio de Guy; Al fondo, una pared mural de colores rosa, amarillo, rojo y negro, subliminalmente, o no, nos hacen a los espectadores, plenamente partícipes del torrente de emociones que experimenta la pareja. 

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La película, tratando de ser justos, apasionará a los amantes del género musical e irritará a sus detractores. Probablemente cincuenta años después de su realización, parezca un drama un tanto "pasado de moda" y hasta un tanto empalagoso y edulcorado (la jóven protagonista le dice a su madre en un momento determinado "Yo que me moría por él… ¿porqué no estoy muerta?"). Creo que no es menos cierto que, pese a sus defectos, Demy ha logrado una obra fresca, natural, estimulante, con unos movimientos de cámara armónicos, naturales, y un dominio del espacio escénico (ahí está la hermosísima despedida de los amantes en el tren para demostrarlo), una obra que nos sigue conmoviendo… tanto tiempo después. La película se estrenó el 19 de febrero de 1964. Ese año compitió en la ceremonia de los premios Oscars en la categoría de película extranjera, obteniendo el premio, el largometraje "Ayer hoy y mañana (1964)" de Vittorio de Sica. 

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Fue el año en el que otro musical mítico se alzaba con 8 premios de la academia, la obra maestra "My Fair Lady (1964)" de George Cukor, edición en la que competía el musical de Disney, "Mary Poppins (1964)" de Robert Stevenson. Al año siguiente, curiosamente, la película volvió a estar presente en la edición de los premios Oscars, esta vez compitiendo al premio al mejor guión original, a la mejor Banda Sonora, mejor banda Sonora adaptada, y a la mejor canción. No obtuvo ningún galardón. Ese año la edición perteneció a otro de los grandes musicales de la Historia: "Sonrisas y Lágrimas (1965)" de Robert Wise. En el festival de Cannes de 1964, sin embargo, la película de Demy alcanzó la codiciada Palma de oro, El premio OCIC, ex aequo con "Vidas secas (1963)" de Nelson Pereira dos Santos, y el premio técnico. El filme se rodó íntegramente en la ciudad que lleva el título, del 17 de agosto al 17 de octubre de 1963. 

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La tienda de paraguas de Madame Emery existe realmente al final de la rue du port, y en ella en la actualidad puede verse una placa de color blanco con las letras en rojo, que recuerda el rodaje de la película. Cherburgo ha tenido un apasionado romance con el cine. Sus calles pueden verse en películas como "La Marie du port (1950)" de Marcel carné, en "Tess (1976)" de Roman Polanski, o en "El rayo verde (1986)" de Eric Rohmer. Jacques Demy volvería a filmar a Catherine Deneuve en un musical, "Las Señoritas de Rochefort (1967)", donde compartió protagonismo con su hermana, Françoise Dorléac, fallecida tres meses después del estreno de la película, en un trágico accidente de circulación. Agnes Vardá supervisó una restauración de los hermosos colores de esta bellísima película en 2013, para un exitoso reestreno en salas en el país galo.

Frases para recordar:

"Tanta gente cantando no me gusta… prefiero el cine". 
"Sólo en el cine se muere de amor".


los paraguas de cherburgo
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Título original: Les parapluies de Cherbourg

Director: Jacques Demy.

Intérpretes: Catherine DeneuveAnne VernonNino CastelnuovoEllen FarnerJean Champion.


Trailer:



Escena:


B.S.O.:




Reseña escrita por Manuel García de Mesa

Información complementaria:
Jacques Demy


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Jacques Demy. El humilde cantor de Nantes

La nouvelle vague –que si de algo no carecía era de una peculiar autoestima histórica– tenía, o creía tener, su Baudelaire o su Rimbaud (¡¡qué valor!!). Le faltaba un Perrault y en ello vino a parar Jacques Demy, a quien en razón de su rol siempre se juzgó con benevolencia. Quédense los duros análisis para los cuestionadores de mundanas filmografías, pero aplíquese al Flautista de Hamelin una crítica acorde a la intención de su prédica. Y sin embargo, este sentimental cuentista descendía de un mundo de adultos bien amado por la inteligencia de no demasiado tiempo atrás. Imposible pensar que Demy no naciera en alguna "petite ville" de las cantadas por René Clair y otros maestros de la bonhomía, o que su caldo de cultivo no fuera otro que el Ricard bebido por algún Raymond Bussieres sobre el mostrador metálico de alguna taberna, eje de la vida social en films de Le Chanois o Boyer.

Jacques Demy desarrolló en tiempo hábil de hora y media, las historias de amor entre parejitas provincianas que ponían una nota tan poética como secundaria en los films "sobre la provincia" que pródigamente se hicieron en Francia "aprés la guerre". Démy continuó en la provincia –abandonando eso si cualquier asomo rural- porque la nouvelle vague era muy urbana y aún muy parisina, y como cualquier político desconocía el mundo de las lechugas. Las damas equivalentes que habitaron Nantes, Cherburgo o Rochefort soñaban las mismas cosas, y Demy, tutor supremo, no revolucionaba semejantes personajes, por otra parte casi tan eternos como el recuerdo merovingio.

Así las cosas, nuestro hombre, frente a Godard, Rivette, Truffaut o Chabrol, representaba una nota exótica, aceptada por cursi y sentimental. Jacques Demy colocó junto al nihilismo de Poiccard las grandes esperanzas de Lola, la que recurría a las oraciones a Dios y al Diablo para alcanzar metas personales bien distintas a los habituales protagonistas de las películas de la nouvelle vague.

A un mundo heredado filmicamente, Demy aplicó su vocación de estilista centroeuropeo como demostraba a las claras la dedicatoria de Lola, y, sobre todo, la voluntad de tejer y destejer las vidas de sus criaturas alrededor de un tronco común, en un calidoscopio vital sostenido por el alma mater de la trama: Nantes y su puerto, un poco a la manera de como Demy suponía que trabajaba Max Ophüls, el homenajeado. Lola era una caravana de hombres que iba y venía hasta y desde una única mujer, cumbre y resumen del universo femenino, compuesta como la Santísima Trinidad, por tres personas que la representaban en tres épocas distintas pero que no eran sino la triple versión de una sola, o por mejor decir de una idea sobre la mujer. Como Lola, versión del director, era la historia de una desbandada hacia todos los puntos del planeta; unos años después náufragos de Nantes recalarían en Cherburgo, Rochefort y hasta en USA (Model Shop). Unos porque el propio personaje físicamente –como el de Marc Michel– regresaban de ganar fortuna, otros porque teniendo como origen la idea que había materializado la ficción de Lola como resumen de varios personajes que se podían trasplantar, vía emigración, a otro lugar. Y es que Jacques Demy podía decir con toda la razón que adonde fuese Lola él iba con ella. Y en una edad o en otra, bien en su corporeidad real o como trasunto simbólico, alguna Lola aparecía siempre en su obra.

No falta en Los paraguas de Cherburgo, donde los personajes femeninos siguen los del film de Nantes con conmovedora fidelidad. Este "musical" supuso la apoteosis de la esencia de Demy, su mundo se potenció a si mismo, se decantó hacia la sencillez de la historia. O sea, que descendió de los barroquismos de Lola pero se cerró en si mismo y su microcosmos sentimental se elevó a lo absoluto.

Continuación

Tras los amores encontrados y perdidos tan alternativamente como se quiera, Demy, como feriante del cuento, trasladó su troupe a USA casi con las mismas miras con las que Tarzán iba a Nueva York cuando intuía que la selva le quedaba pequeña. Su historia en América fue más triste, más cansada, y Demy parecía haber perdido la brújula que señalaba los viejos "bistrots" franceses o los bailes del 18 de julio. En la tierra de los drive-in o de los hot-dogs Lola vivió un periplo ni triste ni alegre, algo desencantada y como a la defensiva. De hecho parecía tocada del ala y el poder de la resurrección estaba reservado (con paupérrimos resultados, todo hay que decirlo) a su colega Antoine Doinel, nuevo Lázaro del cine francés. Retornando a Europa, con su emblemático personaje gastado, y él mismo sin hálito para contar nuevas historias y ni siquiera la misma; Demy entonces se refugiaría en su última vocación: la de ser literalmente Flautista de Hamelin (The Pied Piper, 1971) y Piel de asno (Peau d’âne, 1970). Infumables ambas.

Aunque parezca mentira después de esta ominosa decadencia, restaba lo mejor de su obra. Antes de su prematura muerte en 1990 y con tan solo 59 años, el hombre de Nantes se iba a reencontrar consigo mismo pero en otros escenarios y con otras historias. Une chambre en ville (1982), sin Lolas por medio, y sí con huelgas y enfrentamientos entre proletarios y gendarmes represores, iba a ser su mejor película. Su "obra maestra cantada". Una magnífica cinta que por sí sola valía lo que todas las Lolas, paraguas, shops y demoiselles juntas. Asombroso. Es denigrante que esta maravilla, a la que siguió un buen divertimento también cantado en complicidad con Ives Montand (Trois places pour le 26, 1988), permanezca olvidada, y cuando se mencione a Demy (cosa poco probable en nuestros días) sea siempre a propósito de los dichosos paraguas, film que yo, desde luego, amo.

Su esposa, la siempre enamorada e inteligente Agnés Varda, le dedicó un hermoso epitafio titulado Jacquot de Nantes. Y es que, sin menospreciar "lolas ni paraguas", Demy bien lo merecía por Une chambre en ville y por la insólita –en su universo– y aún más preterida "La baie des anges". Bien vendría un retorno a Nantes, la ciudad lluviosa como cantaba la extraordinaria Barbara.


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