En una época donde el realismo en el cine
causa furor, con la particular influencia del neorrealismo italiano, que
conectaba íntimamente con un público desencantado con la realidad de la
posguerra, Jean Cocteau se arriesga, con su habitual entusiasmo, en terrenos
marcadamente surrealistas (ese movimiento entonces vanguardista, surgido en
Francia alrededor de 1920, que invadió todas las artes, erigido como heredero
del romanticismo decimonónico), para ofrecernos esta deliciosa obra maestra,
inspirada en el cuento de hadas tradicional de "La Bella y La Bestia",
partiendo de la versión escrita por Marie Leprince de Beaumont. Esta maravilla
visual es conducida a buen puerto, con muy pocos elementos y recursos, pero con
mucha imaginación y talento, así como con la ayuda inestimable del realizador
René Clément, acreditado como asesor técnico, y del excelente decorador
Christian Bèrard, quien nos conduce por unos escenarios ensoñadores y
elegantes. El contraste entre luces y sombras, proporciona un extraordinario
vehículo de lucimiento para el director de fotografía Henri Alekan, conocido
como "el poeta de la luz", cuyo trabajo comprende un buen puñado de títulos
destacados, que van desde "Vacaciones en Roma (1953)" de William Wyler a "El Cielo sobre Berlín (1987)" de Wim Wenders.
Transcurridos
los créditos, que comienzan con la escritura a tiza de los mismos, borrándose y
así sucesivamente, en una pizarra, a ritmo de fanfarria musical (obra de
Georges Auric), puede verse una claqueta, y antes de empezar, el director Jean
Cocteau se adelanta ante la cámara y dice en alta voz al equipo de rodaje, que
esperen. El público necesita unos rótulos que explican cómo todo niño cree en
mil cosas ingenuas, y que es parte de esa ingenuidad la que se nos pide a los
espectadores, para aceptar determinadas reglas en la historia que vamos a ver,
y que comienza con el inevitable “Érase una vez...”. Al final de estos rótulos
adicionales, aparece la firma del realizador. Poeta, dramaturgo, novelista,
pintor, surrealista, Cocteau sólo había realizado un mediometraje, la obra de
culto "La Sangre de un poeta (1932)". Es un
trabajo equiparable en intenciones y resultados a "La Edad de oro (1930)" de Luis Buñuel con Salvador Dalí, o a "Los
Misterios del castillo de Dados (1929)" de Man Ray, piezas claves todas ellas del surrealismo en el cine y
auspiciadas las tres, casualmente o no, por la aristócrata familia de Noailles,
de ilustre linaje, que ejercieron de auténticos mecenas del arte, salvando las
distancias, en términos similares a los Médicis, auténticos padrinos del Renacimiento.
El mediometraje, una "pieza tan libre como un dibujo animado", en palabras de
su autor, constituyó el primer engranaje de su particular “travesía del
espejo”, que culminaría con "Orfeo (1950)" y con "El
Testamento de Orfeo (1959)". Mucho antes de que aparecieran los efectos animados y
digitales, que permiten componer a voluntad cualquier universo o acción de los
personajes, y que invaden la versión de Disney de 1991, y la también francesa
versión de 2014 (filmada íntegramente en los estudios Babelsberg de Alemania),
la película de Cocteau, parte de la coartada que le da la estructura de un
cuento infantil, que utiliza para validar ciertas reglas un tanto ilógicas e
inaceptables en otras circunstancias. Enseguida, se desmarca de tal condición,
configurando un retrato adulto, donde las hipocresías y ambigüedades que
edulcoran otras aproximaciones a la historia, desaparecen, en beneficio de un
retrato intimista, adulto, honesto con el público, y cargado de simbología,
donde elementos surrealistas transitan a sus anchas, con armonía y eficacia
narrativa y dramática, en un despliegue de personalidad arrollador. La familia
de un mercader venido a menos como consecuencia del naufragio de sus tres
buques con toda su mercancía, viven en una modesta villa en el campo.
Las dos
hijas mayores, no se resignan a la nueva situación y aspiran a conseguir un
esposo rico. El hijo mayor, Ludovic, y el joven Avenant, juegan
despreocupadamente con arcos y flechas, adeudando cantidades importantes a otro
usurero mercader. La más joven de las hijas, Bella, asume la tarea de limpieza
del hogar y ha consagrado su vida a estar con su padre y tratar de aliviar su
pena, rechazando a Avenant. El periplo del padre de Bella, después de haberse
perdido, desolado, al haber regresado del puerto, donde parecía haber
recuperado uno de sus buques naufragados, (los acreedores le tomaron la
iniciativa), en medio de la oscuridad, el viento y la nieve, lo llevará al
castillo de La Bestia, una criatura maldita, que habita las desoladoras
dependencias y aledaños de una siniestra y majestuosa edificación. En ella, las
puertas se abren por fuerzas invisibles, los candelabros están acoplados a la
pared, sostenidos por brazos humanos, algunos de los cuales suspenden el
candelabro en el aire, para señalarle al anciano donde ha de ir. La chimenea
del salón, está sostenida por dos estatuas a modo de pilares, que exhalan humo,
mueven la cabeza y miran fijamente. En el jardín, las gárgolas de los perros
situadas en hileras por uno de los paseos, parecen sugerir que una vez fueron
sabuesos de caza. Será cuando el hombre coge una rosa para su hija Bella, el
instante en el que irrumpirá la bestia enfurecida, precedida de su temible
rugido.
Un travelling de acercamiento, que termina en contrapicado,
muestra a la criatura del castillo por vez primera. El anciano debe morir por
tamaño sacrilegio. La criatura, al saber que el hombre tiene tres hijas, le
concede tiene tres días, para que una de ellas venga y ocupe su lugar. Será
Bella, montada en el caballo blanco “Magnífico”, provista de una capa y una
caperuza, quien afronte el destino que la bestia tenía preparada para su padre.
La entrada de la joven en las dependencias del misterioso castillo, está
filmada de un modo bien distinto a la de su padre. La joven entra “a cámara
lenta”, con movimientos gráciles, que sacuden la capa. Sube las escaleras
principales en medio de la oscuridad, sólo se ilumina su trayecto. Cuando llega
a un pasillo donde las cortinas se mecen al viento, Bella ya no corre, ni
camina... se desliza. La secuencia es todo un precedente estético y visual de
la multitud de anuncios comerciales de perfumes sofisticados que invaden las
campañas navideñas. La joven, en un principio asustada, pasa al estadio de la
simple compasión, para ir transformando su sentimiento en amistad, y finalmente
en amor verdadero, lo único que puede salvar a la bestia de su terrible
maldición. En manos de Cocteau, la criatura deviene en una metafórica proyección
de los demonios y frustraciones que todos llevamos en nuestra alma, o por los
que transitamos en algún momento de nuestra vida.
Cualquiera de nosotros puede
ser una versión de la bestia herida cuya redención se produce por una mirada de
amor. Cocteau cierra esta peculiar visión del mito, con la paradójica decepción
de Bella, cuando la Bestia recupera la forma humana, que se parece y mucho al
patán de su pretendiente Avenant, al que visiblemente no soporta. El diálogo al
efecto es demoledor: "La primera vez que os cogí en brazos era la
bestia...¿sois feliz?. Tendré que acostumbrarme", responde una
contrariada Bella, ante la nueva apariencia de su anterior cautivo y actual
amor. El pulso creativo, y la imaginería visual del realizador, aportan a las
secuencias entre la criatura y la joven, una inventiva absolutamente
prodigiosa, que otorga a los diálogos una fuerza muy especial. El plano de la
Bestia recogiendo a la joven, que se ha desmayado de la impresión al verle,
está encuadrado desde las rejas de la cuadra, dejando muy claro la condición de
cautiva de la muchacha. El monstruoso señor del castillo la recoge, la conduce
por las escaleras (donde se detiene un instante para contemplarla), hacia sus
aposentos, y al entrar a los mismos, el vestido se transforma, en otro de un
color blanco inmaculado, símbolo de cómo la criatura ve, fascinado, a su joven
prisionera. En la primera cena que ambos comparten, ella está sentada y él de
pie, justo detrás de la silla de la joven, que deja clara la fealdad que
despide la criatura.
La tensión sexual in crescendo entre ambas
criaturas, es captada por la mirada de Cocteau, al seguir a la mujer,
explorando los jardines del castillo, hasta que observa, dejando entrever un
alto grado de fascinación, a la bestia bebiendo agua, de un modo primitivo y
animal, en un pequeño lago. Más adelante, la joven accede a darle de beber a la
criatura en sus manos, dejando claro que le gusta hacerlo. La criatura sorbe el
agua con auténtico deleite, lamiendo la palma de las manos de la mujer. En otro
momento de la película, ambos coinciden ante la estatua en el jardín de un
venado adulto con sus enormes astas. Él está ante el lomo de la estatua, y ella
delante de la cabeza del ciervo, Bella le dice que prefiere pasear con él a
cenar. Destaca la labor del actor principal, Jean Marais, para cuya
caracterización del personaje masculino central (también aborda el del joven
Avenant y el del príncipe reconvertido en hombre), renunció a colocarse una
máscara, sometiéndose a intensas sesiones de maquillaje, entre 3 y 5 horas
diarias, que llegaban incluso a cortarle la circulación sanguínea. Un auténtico
calvario y sacrificio para el actor. Marais aborda con suma eficacia, la
frustración derivada del confinamiento de un príncipe en las formas de una
criatura salvaje, cuya mirada pasa del salvajismo a la ternura en perfecta
armonía interpretativa.
Conmovedor es el instante en el que la bestia
retrocede, ante la mirada de desprecio de Bella, mientras grita "Vuestra
mirada...¡me abrasa!,¡no soporto esa mirada!", desvaneciéndose en la
oscuridad, en un plano que subraya los ojos del actor. La personal mirada del
artista Jean Coucteau sobre el rico universo de la leyenda europea, recoge
alguna reminiscencia mitológica, como la nada disimulada referencia a Diana, la
diosa de la caza en la mitología romana (el equivalente en la mitología griega
es Artemisa). Cuando el joven Avenant, trata de entrar por las vidrieras del
techo, furtivamente a la caseta mágica erigida en el jardín, reducto del
secreto del poder de la bestia, y también depósito de sus riquezas, la estatua
de Diana cobra vida y dispara su arco sobre el joven, transformándolo en una
bestia, justo antes de morir. En otro lugar del jardín, la bestia morirá, para
resucitar con la forma humana de Avenant. Hay películas que se quedan obsoletas
desde el mismo instante de su estreno. Otras, como "La Bella y La Bestia"
de Jean Cocteau, permanecerán en nuestra retina durante toda la vida.
Frases para recordar:
"-Me acariciais como se acaricia a un animal.
-Pero... es que sois un animal".
"Por ser una bestia... perdón".
"Soporto su presencia porque me gustaría
hacerle olvidar su fealdad".
"¿Vais a ser un cobarde? Yo he visto vuestras
poderosas garras. ¡Agarraos con ella a la vida!, ¡defendeos!, ¡levantaos!,
¡rugid!...¡espantad a la muerte!".
Título original: La Belle et la Bête.
Director: Jean Cocteau
Intérpretes: Jean Marais, Josette Day, Marcel André, Mila Parély, Nane Germon, Michel Auclair.
Trailer:
B.S.O.:
Información complementaria:
Reseña escrita por Manuel García de Mesa
3 opiniones :
Un clásico imprescindible en la historia del séptimo arte. Desconocía el dato de que el director de fotografía, Henri Alekan era el mismo de "Vacaciones en Roma". Tienes toda la razón en que no ha envejecido absolutamente nada esta joya de Cocteau. Excelente reseña. Siempre es un placer leerte, Manuel. Aprendo mucho de tí y de Jesús. Un saludo.
"Bestia enfurecida con su temible rugido... la joven, en un principio asustada, pasa al estadio de la simple compasión... la criatura deviene en una metafórica proyección de los demonios y frustaciones que todos llevamos en nuestra alma... cualquiera de nosotros puede ser una versión de la bestia herida cuya redención se produce por una mirada de amor" sólo que desde mi punto de vista sería interesante también destacar el arquetipo de la mujer salvaje que deviene en otro tipo de manifestaciones y a las que el cine hasta la fecha ha prestado muy poca atención... al efecto me remito al excelente libro de Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos. Gracias por tan esclarecedora y magnífica reseña Manuel. Un saludo.
Gran reseña de una gran película.
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