"Y sería esta tierra la que el hijo de Jàpet modeló, mezclándolo con agua de lluvia, hasta darle una figura como la de los dioses que todo lo gobiernan; y mientras todos los animales con la cabeza miran a la tierra, dio a los hombres un rostro que mira hacia arriba y les permitió resguardar el cielo y levantar la cara para contemplar las estrella." (Ovidio, Las metamorfosis)
La facultad divina de la que se arroga el hombre científico en el mito de la creación es un recurso literario muy recurrente y de larguísima duración, en la que el hombre, desde el inicio de los tiempos, ha tenido obsesión por crear vida artificial. Respecto a la manipulación, donde el hombre dispone de elementos para dirigir y beneficiar su propia evolución, siendo discutible si detenta la capacidad suficiente para controlar semejante empresa y en beneficio de qué. Esta función de Prometeo como modelador de hombres es la base del modelo temático del Frankenstein de Mary Shelley, influenciada por la novela gótica británica de los siglos XVIII y XIX, como moderno Prometeo.
La primera película sobre el tema de Frankenstein fue una adaptación de la novela J. Searle Dawley, en 1910, una película de apenas 16 minutos producida por los Edison Studio, por Thomas Edison, con Charles Ogle en el papel de la criatura. Existieron una o dos versiones mudas más, pero la poética producción de James Whale con guión de John L. Balderston, Francis Edward Faragoh, y Garrett Fort,y fotografía de Arthur Edeson y Paul Ivano, resultará la definitiva y la que pase a la historia como un clásico del género intemporal, además de establecer en la práctica el género del cine de terror.
El papel de la criatura sin nombre se ofreció en un principio a Bela Lugosi, que ya había protagonizado Drácula aquel mismo año, pero rechazó la oferta porque parece ser que no quería interpretar un papel mudo, dejando abierto así a un actor característico inglés de cuarenta y dos años, poco conocido, llamado William Henry Pratt, más conocido como Boris Karloff, alcanzando, de este modo, la fama internacional.
Fue el primer director asignado, Robert Florey, antes de ser sustituido por su colega inglés Whale, el que introdujo en el guión el giro fundamental: la criatura, en vez de recibir un cerebro normal, recibe el de un loco. Así, pues, esto dejaba campo libre a un desenlace pleno de muertes y confusión.
En 1931 solo hacía cuatro años que existía el cine sonoro y en la actualidad, la película nos puede parecer algo primitiva, aunque la caracterización del monstruo, creada por el genial maquillador de la Universal Jack Pierce: frente alargada, cabeza plana, cicatrices en el rostro, tornillos en el cuello (en realidad eran electrodos), gruesos párpados, supuso un antes y un después en la historia del cine.
Pero lo que realmente hace que esta versión sea superior a cada una de sus numerosos sucesores es el modo en que se narra el relato; pues vemos a Karloff desarrollarse y cambiar, desde ser una criatura inocente, incluso simpática a la que se ha otorgado milagrosamente la vida, hasta convertirse en un monstruo, rechazado, incomprendido y rebosante de frustración y de rabia. La maldad de la criatura no es voluntaria, sino producida por la maldad ajena o por puro accidente. Karloff tuvo mucho que ver en imprimir ese aire melancólico y algo patético a la criatura, brillando con luz propia.
El horror es más impresionante gracias a su preparación. De hecho, algunas escenas se consideraron demasiado impresionantes para ser exhibidas al gran público y solo hasta en 1987 no se presentó la versión completa, sin censurar, y se recuperaron algunas escenas claves, entre ellas, la escena en que el monstruo ahoga a la niña pequeña, un momento que pudiera haber resultado grotesco si no fuera tan terriblemente inesperado.
En la filmografía de la Universal, en cuanto al género de terror se refiere, cuenta con una amplia gama de películas clasificables cualitativamente en todas las categorías, ocupando Frankenstein, un lugar privilegiado entre ellas.
Director: James Whale.
Intérpretes: Boris Karloff, Colin Clive, Mae Clarke.
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Escena:
Reseña escrita por Marilyn Rodríguez
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