CARMEN (1983). El flamenco de Carlos Saura.

1983 fue el año de Carmen. Cuatro directores, todos extraordinarios, le dedicaron al personaje de la tabacalera sendas películas desde perspectivas diversas. Francesco Rosi, más próximo a Bizet, realizó una ópera brillante apoyado en Plácido Domingo y Julia Migenes, Peter Brook realizó La tragédie de Carmen de acuerdo a Merimé, Godard fue un poco más allá de la femme fatale y la protagonista para financiar una película participaba en el robo de un banco; pero Saura optó por incorporar la historia a la segunda parte de su trilogía del flamenco constituidas por "Bodas de sangre (1981)" y "El amor brujo (1986)".

La historia de Carmen, basada en la novela de Próspero Merimée, es la de una fogosa mujer que consume a sus amantes y luego los abandona por el próximo. La osadía del soldado Don José es pensar que él es su dueño hasta que lo cambia por un torero y ahí desemboca la tragedia.

Tal argumento ha dado versiones como las ya citadas y otras que ostentan desde De Mille y Lubitsch hasta Aranda pasando por Preminger. En la que nos ocupa, Antonio Gadés es el coreógrafo de un ballet flamenco quien pretende llevar Carmen a las tablas, solo que no ha encontrado a la protagonista hasta que aparece en una audición Laura del Sol y él la reconoce de inmediato como la encarnación de la gitana en una secuencia que me recuerda mucho cuando John Garfield conoce a Cora (Lana Turner) en "El cartero siempre llama dos veces (1946)" de Tay Garnett. El efecto feromónico atraviesa la pantalla y presentimos que esta historia de pasión terminará en tanatos.

El baile es seducción, una seducción en la cual el seductor es seducido en un ejercicio de metateatralidad donde los actores se confunden con los personajes, personajes que vampirizan a los intérpretes hasta llevarlos al trágico desenlace de la obra. La Carmen es una mujer de fuego que atrae al pobre insecto de Antonio para consumirlo en su interior y Saura utilizando el escenario de danza y el juego de espejos que reflejan hasta el infinito una puesta en escena que tal vez harta de repetirse hasta la saciedad nos da la ilusión de realidad porque el público no puede diferenciar si lo que está viendo es la historia de Don José y Carmen o la de Antonio y Carmen o si esta última es también una representación de algo más. El flamenco incendia las tablas y el zapateo acelera nuestra frecuencia cardiaca así como la de Antonio que nunca antes había bailado por amor y pasión cayendo cautivo de la mantis.

Que hubo quien en su tiempo calificó al filme como representación de la liberación sexual de la mujer luego de años de represión por el franquismo es válido, no obstante yo me quedo con el arte dentro del arte cuya línea divisoria da a muchas más interpretaciones.

Maravillosa fotografía de Teo Escamilla y música compuesta para la ocasión por Paco de Lucía. No es poco.