El notable y apreciable Alain
Resnais, uno de los más brillantes de su generación, los franceses de la nueva
ola, la nouvelle vague, configura en el presente trabajo una obra acorde a
muchas de las aristas que regirían su andadura cinematográfica. Y sin embargo,
a su vez tiene muchos matices que la vuelve atípica, singular y distinta dentro
de su filmografía, tanto así que ha generado no pocos análisis, conjeturas y
esfuerzos por parte de la crítica y analistas de cine para haber sobre ella,
donde hasta la oscuridad de H. P. Lovecraft se nomina. En esta comedia bizarra,
encontraremos a un acabado artista, un escritor enfermo y con problemas
digestivos, que una noche, atormentado por sus padecimientos, se pone a pensar
en una historia para su próximo libro, unos personajes, representando a su
propia familia, todos interviniendo en extrañas circunstancias; los personajes
se encontrarán finalmente en una reunión de cumpleaños, todo en un contexto
surreal, donde esos personajes, primero aparentes marionetas, parecen no distar
mucho de la realidad. Singular cinta del apreciable Resnais, su primera cinta
rodada en inglés, por la que se rodeó de intérpretes angloparlantes, y todos de
alta calidad por cierto. Tenemos, entre los personajes del escritor, al buen
Dirk Bogarde, a Ellen Burstyn, a John Gielgud, entre otros, en un trabajo que
no fue apreciado en su momento, pero que es ciertamente un filme distinto,
repleto de simbolismos, alegorías, surrealismos. Un filme digno de Resnais.
La acción nos localiza en un
bosque no del todo determinado, un hombre mayor, Clive Langham (John Gielguid), está
en una mansión mientras se realiza una ardua búsqueda a un extraño sujeto; todo
es imaginado y narrado por él, un escritor. Tras esto, un individuo es juzgado,
Kevin Woodford (David Warner), el fiscal Claude Langham (Dirk Bogarde) le acusa de
haber asesinado al personaje inicialmente buscado. El acusado asevera que se
trataba de un hombre lobo, y que le pidió lo elimine. La esposa de Claude,
Sonia (Ellen Burstyn), está en el jurado, ella está de lado de Woodford, y es que
tienen una relación, un adulterio. El avejentado escritor Clive sufre de males
rectales, piensa en los personajes a quienes él crea, otro hombre lobo aparece,
Claude por su parte también es adúltero, el viejo escritor lo produce todo en
su mente, y lo narra, los tres personajes inclusive conviven en la misma casa.
La amante de Claude también entra en la extraña convivencia, mientras unos
bombardeos tienen lugar. Posteriormente, en un bosque, Woodford tiene una
metamorfosis a lobo, tras lo cual Claude lo elimina. Los personajes de Clive
luego se reúnen en su casa con motivo de su cumpleaños, donde el hermano de
Claude, Kevin (Warner también) se apersona. Tras una comida campestre de los
involucrados, y tras conversar la familia completa, todos ellos se retiran,
quedándose Clive solitario en su gran mansión.
Buen trabajo del alumno brillante
de la nueva ola, el mejor formalmente hablando, el chico estudioso de la
nouvelle vague, pero el chico estudioso en el plano artístico, en el plano del
dominio formal fuertemente combinado con el dominio artístico, tiene un estilo
bien definido, y es más que agradable corroborarlo en este trabajo. Es de esta
forma que observaremos al cineasta trabajando como un cirujano, habiendo
segmentos, secuencias en que vemos una composición de sus planos precisa, de
una precisión casi quirúrgica, sus encuadres, perfectamente simétricos, esa
perfección técnica, su muy cuidada presentación formal es algo cien por ciento
congruente con la avasalladora presentación visual de una de sus obras cumbre, "El año pasado en Marienbad (1961)". Estrictamente hablando de ese dominio
técnico, la cinta es una continuación, un tibio eco de su exquisito dominio
realizador en esa cinta, de su gusto por la simetría, los ángulos y encuadres
armoniosos, una belleza audiovisual que había sido dejada de lado en trabajos
previos como su obra inmediatamente anterior, "Stavisky… (1974)", más lineal en
todos los sentidos de su concepción; con "Providence", se vuelve, si bien por
pocos instantes, a ese preciosismo estético, se vuelve a su máximo cine arte.
Realmente se siente bien, genera una agradable sensación el visionado del
trabajo de ciertos pasajes del filme de Resnais, se siente placer al ver cómo
fluye tranquila y armoniosamente su cámara, la naturalidad con que se desliza,
sus cuidados encuadres, se percibe en efecto un trabajo consecuente, se siente
en esos pasajes que vemos un trabajo del mismo realizador, que vemos una cinta
del realizador de El año pasado en Marienbad. Toda la potencia y perfección de
su presentación, la limpieza de sus imágenes, toda su fuerza compositiva se
percibe claramente en la formal presentación de esas preciosas aunque a
cuentagotas secuencias, es pues un estilo ya bastante bien definido, sus
coordenadas artísticas, sus nortes, están ya modelados, el artista ha madurado.
Godard tiene su reputación como patriarca de la nueva ola, de los trémulos
manejos a cámara en mano entre otras innovaciones; Chabrol nos da cátedra de
cómo manejar a sus personajes, de su exhaustivo análisis, el desmenuzamiento de
sus psiquis; Truffaut le da a todo aquello ya un toque de mayor sensibilidad,
una dulce sensibilidad de mayor implicancia de su vida con el arte que crea. En
Resnais, todo lo antes citado -sin que sea necesariamente su obra un compendio
de todas aquellas bondades y virtudes- lo encontramos presente pero adornado
con un bello velo estético, pues es el autor destinado a generar mayor placer
estético, a ese específico plano, lo siento muy distante de sus colegas
contemporáneos.
En el comienzo de la cinta, tras
mostrarse unos serios y sobrios créditos, entramos a la imagen en la que
aparentemente todo se supedita, el bosque, ese bosque indefinido, no
especificado, a través de un viaje, travellings por esa vegetación, ayudados
por una música que alimenta la intriga. Nos va sumergiendo en un mundo de halo
surreal, sabemos de cierta forma dónde estamos, el cineasta deja por momentos
hablar a la naturaleza, hace que su cine hable sin palabras, algo que siempre
es un acierto para un narrador audiovisual. Como se ha dicho, es una sobria
introducción al mundo del filme, una correcta introducción, con una agradable
estética que no es sorpresa para el conocedor y el estilo realizador del
francés. Todo el bizarro universo es obra y gracia del autor, del artista, el
padre creador, quien narra todo lo sucedido, se mete en la cabeza de los
protagonistas, pareciendo por momentos hasta sus conciencias, nos transmite sus
internos pensamientos a través del recurso de la voz en off. Este estrafalario
dueño de todo, que hace y deshace, incluso conversa con una entidad no
definida, probablemente el espectador mismo, pues habla y mira directamente a
la cámara el autor, concretándose una figura que podría jugar con la idea de
ser un reflejo, un matiz, una reflexión del artista como ser, por parte del
francés cineasta. Y mientras narra, mientras casi interactúa con sus
creaciones, por cierto basados en su propia familia, hijo, nuera en la vida
real -otro guiño al creador, pues es regla, nunca un artista insufla tanta vida
y fuerza a su creación como cuando esa creación se basa en la vida misma, en su
realidad-, nuestro muy singular guía ensucia los calzoncillos, pisa sus gafas,
padece y grita, se levanta a mitad de la noche para administrar supositorios,
patética su situación siempre en la penumbra de su residencia, sufriendo en el
retrete, siempre con un intenso rojo involucrado en su indumentaria, tratando
de menguar sus dolores con los placeres del vino, a veces del whisky, una
lectura bastante peculiar la que nos proyecta el cineasta sobre el mundo
del artista, del creador. Y se nos presenta esto desde el inicio en forma de
interesante alegoría, una autopsia, pues entre las imágenes fuertes que nos
entrega la cinta, vemos un cadáver siendo literalmente abierto, el cineasta
quizás nos quiera deslizar que va a ser una disección del proceder artístico,
del proceder creador; como un cirujano que se prepara a manipular a su
discreción el organismo humano, el artista, él mismo, en el álter ego de Clive,
hace y deshace a los seres humanos, a las creaciones suyas, se configura una
suerte de oda al artista, al ser que crea, claro que todo teñido de con un muy
personal sello.
Con todo lo escrito, la película
se consolida como una comedia, una tibia comedia, animada con detalles tan
humorísticos como surreales -el futbolista que aparece trotando en un momento
cada vez más inoportuno que el anterior-, una comedia en la que se incrustan
figuras simbólicas, en la que se comienzan a fundar formas de hacer cine. Y es
que no pocos son los que quieren reconocer en la narración de la cinta -hasta
cierto punto dual, fundiéndose dos corrientes de narración sin clara
distinción- el nacimiento de David Lynch y su presentación en obras como "Mullholland
Drive (2001)", sin discernir claramente sueño de realidad, onirismo de mundo
real, otorgando esa densidad a ambos trabajos común; o el delirante surrealismo
de Buñuel, alimentado esto último, sin mencionar el halo onírico que flota
durante toda la cinta, por el desdoblamiento de un personaje en dos caras de
una misma moneda, enriqueciendo aún más la ya variopinta colección de
personajes que salen de la cabeza del escritor. Lo que apreciamos antes con dos
actrices distintas para un mismo personaje en la final película buñuelesca "Ese
oscuro objeto del deseo (1977)" -curiosamente estrenada el mismo año- lo veremos
en versión de Resnais con un mismo actor, David Warner, para dos personajes, no
por casualidad compartiendo ambos el nombre, Kevin: uno es el amante, el
militar que apoya su particular concepción de eutanasia, que se vuelve hombre
lobo; el otro es el hijo bastardo de Clive, y hermano del racional fiscal; dos
recursos distintos para semejante tratamiento de personajes por parte de dos
notables cineastas. Inclusive, como se dijo, el maestro de la literatura
oscura, H.P. Lovecraft, se vocea como influyente en la obra, al ser nacido en
Providence, título del filme, además de las figuras alegóricas del filme, ese
personaje de hombre lobo no del todo delineado -como si algo en este mundo
surreal, ciertamente lo esté-. La música, obra del legendario austro-húngaro
Miklós Rózsa, colabora con ese ambiente muchas veces irreal, de ensueño, donde
la línea entre realidad y fantasía creadora casi desaparece, acompañado de
planos de flores y vegetación, de cantos de aves, configurándose un apetecible
lenguaje audiovisual. En el apartado actoral, una hermosa y aún joven Ellen
Burstyn demuestra lo eficiente que siempre ha sido; John Gielgud está correcto
como el sufrido y rectalmente atormentado escritor avejentado; Dirk Bogarde
tiene más disposición a roles introvertidos, meditabundos, estilo "Muerte en
Venecia (1971)", por lo que se siente un poco la rueda floja del engranaje
actoral; David Warner completa la terna de protagonistas principales, y es
seria, sin descollar, su doble interpretación, serios sus dos roles. Distinta,
atrevida la narración de la película de Resnais, plena de variación de ritmos,
sensiblemente diferentes, impredecible por momentos el sendero a seguir,
irreverente su estructura narrativa, un trabajo atractivo, que se apoya
asimismo en sólidos aportes actorales. Notable, apreciable y digno de atención
trabajo de un gran director de cine francés.
Director: Alain
Resnais
Intérpretes: John
Gielgud, Dirk
Bogarde, Ellen
Burstyn, David
Warner, Elaine
Stritch, Denis
Lawson, Samson
Fainsilber.
B.S.O.:
Reseña escrita por Edgar Mauricio
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