PROVIDENCE (1977). Un clásico de Alain Resnais.

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El notable y apreciable Alain Resnais, uno de los más brillantes de su generación, los franceses de la nueva ola, la nouvelle vague, configura en el presente trabajo una obra acorde a muchas de las aristas que regirían su andadura cinematográfica. Y sin embargo, a su vez tiene muchos matices que la vuelve atípica, singular y distinta dentro de su filmografía, tanto así que ha generado no pocos análisis, conjeturas y esfuerzos por parte de la crítica y analistas de cine para haber sobre ella, donde hasta la oscuridad de H. P. Lovecraft se nomina. En esta comedia bizarra, encontraremos a un acabado artista, un escritor enfermo y con problemas digestivos, que una noche, atormentado por sus padecimientos, se pone a pensar en una historia para su próximo libro, unos personajes, representando a su propia familia, todos interviniendo en extrañas circunstancias; los personajes se encontrarán finalmente en una reunión de cumpleaños, todo en un contexto surreal, donde esos personajes, primero aparentes marionetas, parecen no distar mucho de la realidad. Singular cinta del apreciable Resnais, su primera cinta rodada en inglés, por la que se rodeó de intérpretes angloparlantes, y todos de alta calidad por cierto. Tenemos, entre los personajes del escritor, al buen Dirk Bogarde, a Ellen Burstyn, a John Gielgud, entre otros, en un trabajo que no fue apreciado en su momento, pero que es ciertamente un filme distinto, repleto de simbolismos, alegorías, surrealismos. Un filme digno de Resnais.

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La acción nos localiza en un bosque no del todo determinado, un hombre mayor, Clive Langham (John Gielguid), está en una mansión mientras se realiza una ardua búsqueda a un extraño sujeto; todo es imaginado y narrado por él, un escritor. Tras esto, un individuo es juzgado, Kevin Woodford (David Warner), el fiscal Claude Langham (Dirk Bogarde) le acusa de haber asesinado al personaje inicialmente buscado. El acusado asevera que se trataba de un hombre lobo, y que le pidió lo elimine. La esposa de Claude, Sonia (Ellen Burstyn), está en el jurado, ella está de lado de Woodford, y es que tienen una relación, un adulterio. El avejentado escritor Clive sufre de males rectales, piensa en los personajes a quienes él crea, otro hombre lobo aparece, Claude por su parte también es adúltero, el viejo escritor lo produce todo en su mente, y lo narra, los tres personajes inclusive conviven en la misma casa. La amante de Claude también entra en la extraña convivencia, mientras unos bombardeos tienen lugar. Posteriormente, en un bosque, Woodford tiene una metamorfosis a lobo, tras lo cual Claude lo elimina. Los personajes de Clive luego se reúnen en su casa con motivo de su cumpleaños, donde el hermano de Claude, Kevin (Warner también) se apersona. Tras una comida campestre de los involucrados, y tras conversar la familia completa, todos ellos se retiran, quedándose Clive solitario en su gran mansión.

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Buen trabajo del alumno brillante de la nueva ola, el mejor formalmente hablando, el chico estudioso de la nouvelle vague, pero el chico estudioso en el plano artístico, en el plano del dominio formal fuertemente combinado con el dominio artístico, tiene un estilo bien definido, y es más que agradable corroborarlo en este trabajo. Es de esta forma que observaremos al cineasta trabajando como un cirujano, habiendo segmentos, secuencias en que vemos una composición de sus planos precisa, de una precisión casi quirúrgica, sus encuadres, perfectamente simétricos, esa perfección técnica, su muy cuidada presentación formal es algo cien por ciento congruente con la avasalladora presentación visual de una de sus obras cumbre, "El año pasado en Marienbad (1961)". Estrictamente hablando de ese dominio técnico, la cinta es una continuación, un tibio eco de su exquisito dominio realizador en esa cinta, de su gusto por la simetría, los ángulos y encuadres armoniosos, una belleza audiovisual que había sido dejada de lado en trabajos previos como su obra inmediatamente anterior, "Stavisky… (1974)", más lineal en todos los sentidos de su concepción; con "Providence", se vuelve, si bien por pocos instantes, a ese preciosismo estético, se vuelve a su máximo cine arte. Realmente se siente bien, genera una agradable sensación el visionado del trabajo de ciertos pasajes del filme de Resnais, se siente placer al ver cómo fluye tranquila y armoniosamente su cámara, la naturalidad con que se desliza, sus cuidados encuadres, se percibe en efecto un trabajo consecuente, se siente en esos pasajes que vemos un trabajo del mismo realizador, que vemos una cinta del realizador de El año pasado en Marienbad. Toda la potencia y perfección de su presentación, la limpieza de sus imágenes, toda su fuerza compositiva se percibe claramente en la formal presentación de esas preciosas aunque a cuentagotas secuencias, es pues un estilo ya bastante bien definido, sus coordenadas artísticas, sus nortes, están ya modelados, el artista ha madurado. Godard tiene su reputación como patriarca de la nueva ola, de los trémulos manejos a cámara en mano entre otras innovaciones; Chabrol nos da cátedra de cómo manejar a sus personajes, de su exhaustivo análisis, el desmenuzamiento de sus psiquis; Truffaut le da a todo aquello ya un toque de mayor sensibilidad, una dulce sensibilidad de mayor implicancia de su vida con el arte que crea. En Resnais, todo lo antes citado -sin que sea necesariamente su obra un compendio de todas aquellas bondades y virtudes- lo encontramos presente pero adornado con un bello velo estético, pues es el autor destinado a generar mayor placer estético, a ese específico plano, lo siento muy distante de sus colegas contemporáneos.

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En el comienzo de la cinta, tras mostrarse unos serios y sobrios créditos, entramos a la imagen en la que aparentemente todo se supedita, el bosque, ese bosque indefinido, no especificado, a través de un viaje, travellings por esa vegetación, ayudados por una música que alimenta la intriga. Nos va sumergiendo en un mundo de halo surreal, sabemos de cierta forma dónde estamos, el cineasta deja por momentos hablar a la naturaleza, hace que su cine hable sin palabras, algo que siempre es un acierto para un narrador audiovisual. Como se ha dicho, es una sobria introducción al mundo del filme, una correcta introducción, con una agradable estética que no es sorpresa para el conocedor y el estilo realizador del francés. Todo el bizarro universo es obra y gracia del autor, del artista, el padre creador, quien narra todo lo sucedido, se mete en la cabeza de los protagonistas, pareciendo por momentos hasta sus conciencias, nos transmite sus internos pensamientos a través del recurso de la voz en off. Este estrafalario dueño de todo, que hace y deshace, incluso conversa con una entidad no definida, probablemente el espectador mismo, pues habla y mira directamente a la cámara el autor, concretándose una figura que podría jugar con la idea de ser un reflejo, un matiz, una reflexión del artista como ser, por parte del francés cineasta. Y mientras narra, mientras casi interactúa con sus creaciones, por cierto basados en su propia familia, hijo, nuera en la vida real -otro guiño al creador, pues es regla, nunca un artista insufla tanta vida y fuerza a su creación como cuando esa creación se basa en la vida misma, en su realidad-, nuestro muy singular guía ensucia los calzoncillos, pisa sus gafas, padece y grita, se levanta a mitad de la noche para administrar supositorios, patética su situación siempre en la penumbra de su residencia, sufriendo en el retrete, siempre con un intenso rojo involucrado en su indumentaria, tratando de menguar sus dolores con los placeres del vino, a veces del whisky, una lectura  bastante peculiar la que nos proyecta el cineasta sobre el mundo del artista, del creador. Y se nos presenta esto desde el inicio en forma de interesante alegoría, una autopsia, pues entre las imágenes fuertes que nos entrega la cinta, vemos un cadáver siendo literalmente abierto, el cineasta quizás nos quiera deslizar que va a ser una disección del proceder artístico, del proceder creador; como un cirujano que se prepara a manipular a su discreción el organismo humano, el artista, él mismo, en el álter ego de Clive, hace y deshace a los seres humanos, a las creaciones suyas, se configura una suerte de oda al artista, al ser que crea, claro que todo teñido de con un muy personal sello.

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Con todo lo escrito, la película se consolida como una comedia, una tibia comedia, animada con detalles tan humorísticos como surreales -el futbolista que aparece trotando en un momento cada vez más inoportuno que el anterior-, una comedia en la que se incrustan figuras simbólicas, en la que se comienzan a fundar formas de hacer cine. Y es que no pocos son los que quieren reconocer en la narración de la cinta -hasta cierto punto dual, fundiéndose dos corrientes de narración sin clara distinción- el nacimiento de David Lynch y su presentación en obras como "Mullholland Drive (2001)", sin discernir claramente sueño de realidad, onirismo de mundo real, otorgando esa densidad a ambos trabajos común; o el delirante surrealismo de Buñuel, alimentado esto último, sin mencionar el halo onírico que flota durante toda la cinta, por el desdoblamiento de un personaje en dos caras de una misma moneda, enriqueciendo aún más la ya variopinta colección de personajes que salen de la cabeza del escritor. Lo que apreciamos antes con dos actrices distintas para un mismo personaje en la final película buñuelesca "Ese oscuro objeto del deseo (1977)" -curiosamente estrenada el mismo año- lo veremos en versión de Resnais con un mismo actor, David Warner, para dos personajes, no por casualidad compartiendo ambos el nombre, Kevin: uno es el amante, el militar que apoya su particular concepción de eutanasia, que se vuelve hombre lobo; el otro es el hijo bastardo de Clive, y hermano del racional fiscal; dos recursos distintos para semejante tratamiento de personajes por parte de dos notables cineastas. Inclusive, como se dijo, el maestro de la literatura oscura, H.P. Lovecraft, se vocea como influyente en la obra, al ser nacido en Providence, título del filme, además de las figuras alegóricas del filme, ese personaje de hombre lobo no del todo delineado -como si algo en este mundo surreal, ciertamente lo esté-. La música, obra del legendario austro-húngaro Miklós Rózsa, colabora con ese ambiente muchas veces irreal, de ensueño, donde la línea entre realidad y fantasía creadora casi desaparece, acompañado de planos de flores y vegetación, de cantos de aves, configurándose un apetecible lenguaje audiovisual. En el apartado actoral, una hermosa y aún joven Ellen Burstyn demuestra lo eficiente que siempre ha sido; John Gielgud está correcto como el sufrido y rectalmente atormentado escritor avejentado; Dirk Bogarde tiene más disposición a roles introvertidos, meditabundos, estilo "Muerte en Venecia (1971)", por lo que se siente un poco la rueda floja del engranaje actoral; David Warner completa la terna de protagonistas principales, y es seria, sin descollar, su doble interpretación, serios sus dos roles. Distinta, atrevida la narración de la película de Resnais, plena de variación de ritmos, sensiblemente diferentes, impredecible por momentos el sendero a seguir, irreverente su estructura narrativa, un trabajo atractivo, que se apoya asimismo en sólidos aportes actorales. Notable, apreciable y digno de atención trabajo de un gran director de cine francés.

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Director: Alain Resnais

Intérpretes: John Gielgud, Dirk Bogarde, Ellen Burstyn, David Warner, Elaine Stritch, Denis Lawson, Samson Fainsilber.

B.S.O.:


Reseña escrita por Edgar Mauricio


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