Uno de los
finales trabajos del apreciable cineasta francés Resnais, el prolífico
realizador recientemente desparecido y dueño de una filmografía tan extensa
como variopinta, interesante y atractiva, sin duda uno de los más resaltantes
cineastas galos de décadas recientes. Un Resnais naturalmente ya alcanzado por
los años manifiesta un estilo que exploraba nuevos y frescos caminos, y
encuentra en la novela de Christian Gailly del mismo título original en francés
el cimiento necesario para configurar una de sus últimas películas, de
desarrollo más bien inusual, distinto, en el que el argumento no es
necesariamente de las mismas características. Un individuo mayor encuentra unos
documentos, una billetera con los documentos de identidad de una mujer, a la
que cuando le devuelve los mismos por intermedio de la policía, va conociendo,
obsesionándose con ella, y naciendo a la vez una singular relación de mutua
obsesión, de la que ambos no podrán salir ni regresar a sus rutinas, a sus
vidas cotidianas. En esta cinta donde no abundan los convencionalismos, Resnais
utiliza como apoyos actorales a la que fue su actriz y mujer hasta la muerte,
Sabine Azéma, para interpretar a la singular mujer primero acechada, luego
acechadora, y a André Dussollier como el maduro sujeto que encuentra en ella
nuevos caminos en su vida. Interesante trabajo de la etapa ya final de un
notable cineasta, al que todavía le quedaban algunos trucos y novedades en su
estilo que mostrarnos.
Al iniciar la
cinta, vemos a Marguerite Muir (Azéma), que durante lo que parece ser un buen
día, compra zapatos, siendo luego víctima de un robo, le quitan su cartera.
Georges Pallet (Dussollier) es quien encuentra la billetera conteniendo sus
documentos, ella entre otras cosas, es piloto de avión, Georges entrega los
documentos a la policía, y pasa momentos con su mujer e hijos. Ella lo llama
telefónicamente para agradecerle la devolución, pero al querer él conocerla, es
rechazado. Se obsesiona Georges con Marguerite, le escribe, llega al punto de
reventar las llantas de su auto para que no pueda salir de su asedio. Ella lo
reporta a la policía, que ya lo conoce, y que le sugiere que detenga esa
conducta; y lo hace, pero de pronto, es ella quien lo vuelve a llamar a su
casa, incluso va a verlo al cine donde se encuentra un día, lo aborda, toman un
café, pero ahora es Georges quien adopta una actitud algo lejana. Marguerite,
que cambió de rol, no se rinde, lo asedia, lo sigue llamando, llega al extremo
de ir a su casa y pasar tiempo con la esposa de Georges, obteniendo sendos
rechazos a sus esfuerzos, perturbándose, refugiándose en la aviación para
despejarse. Ella, en compañía de una amiga, lo invita a que vuelen juntos, cosa
que finalmente hacen y se concreta un final incierto, indefinido, en el que
hasta dos posibilidades nos desliza Resnais de que acaben sus personajes,
acorde a la naturaleza del filme.
El comienzo ya
nos va diagramando la película, un comienzo artístico, mostrándosenos la verde
hierba -juego de palabras que muy bien sale con el original título en francés-
se nos presenta, luego de un lento desplazamiento de la cámara por diversas
hierbas urbanas, un par de pies femeninos, que avanzan, que se detienen, que
ingresan a una lujosa tienda de zapatos especiales, pues ella tiene pies
especiales. Nada es del todo definido aún, pues incluso se tiene una tibia
insinuación lésbica con la dependiente de la tienda, pero aún reina lo trivial,
lo incierto, lo indefinido, aún nos encontramos en medio de una incógnita,
nuestro único vínculo, nuestro único enlace con este mundo viene a ser la voz
narradora, la voz en off que hace más
de un alcance. Nos advierte que un evento insignificante puede desencadenar
muchas cosas inimaginables, y el evento descrito, el robo, nos es mostrado
artísticamente, con un lento travelling rodeando a la Azéma, ni siquiera hemos
visto su rostro aún, y el travelling bien cuida eso. El robo mismo, la mano que
se lleva el bolso, todo mostrado de una manera ralentizada, como si el tiempo
se detuviese un rato, como si realmente se tratara de algo epifánico, y, como
en efecto veremos en la cinta, mientras la voz en off continúa siendo nuestro único nexo con los eventos que
presenciamos. Ese tratamiento, ese comportamiento de su cámara será una
constante durante la cinta, y nos deleitaremos con algún agradable travelling,
con su fluida cámara, algo que acompañó a Resnais desde los albores de su
desempeño artístico; esto, en la presente cinta, con un correcto acompañamiento
musical, genera una cercanía y algo de sensualidad en su narración. Asimismo, la vegetación, el simbólico
verde, nos es mostrado más de una vez, con intensidad y abundancia por
momentos, vemos las hierbas urbanas, los verdes jardines, a veces las hierbas
que se asoman entre rendijas del pavimento, y es que, en su idioma original, se
refuerza aún más la carga de ese elemento. Toma forma así el juego de palabras,
significando el vocablo folles tanto
hojas, hierbas, folios, como locos, y
es que hasta cierto punto, la locura, la enajenación, es uno de los temas
centrales de la cinta, la enajenación y obsesión de los protagonistas, sus
impulsos y locuras, un enajenado ¿amor?, una bizarra relación, la búsqueda de
una salida de la soledad o de la rutina, cuando un hombre ya maduro, habiendo
ya cimentado una familia, mujer, hijos, se enrede en un singular idilio digno
de un joven.
Y es
probablemente por esa razón, por la forma de la película, que superficialmente
más de uno puede tacharla de frívola, en la apariencia más superficial,
realizando un análisis muy somero y sin profundidad, en algunas de sus formas
como cinta, a más de uno puede hacerlo caer en ese error, llegando incluso a
verlo como un viejo chocheando y desvariando en la etapa final de su carrera…
cada cosa que a veces toca leer. Ciertamente su estilo se ha adaptado ya a las
formas modernas, es cierto, pero considero que Resnais, símilmente a lo que
sucediera tres años antes en "Asuntos privados en lugares públicos (2006)", nos muestra un estilo en efecto más fresco, más liviano,
más modernizado quizás. Pero
escarbando un poco, removiendo esa superficial cáscara, encontramos a un
cineasta que no ha perdido el norte, que sigue tratando sus temas capitales, la
soledad, el aislamiento, por momentos la inclinación introspectiva, emociones
humanas intensas, el inmenso e
incomprensible mundo interior de sus personajes, y por supuesto, de sí mismo,
una agradable característica que se percibe desde ejercicios ya tan lejanos
como las referenciales "Hiroshima mon amour (1959)", o "El año pasado en Marienbad (1961)"; podrán haber cambiado las formas -algo que ciertamente
siempre tuvo capital importancia en el cine del francés-, pero el fondo, lo que
en Resnais tiene muy comparable importancia, no ha cambiado, no al menos de
forma que traicione su arte, es esta una dicotomía que puede perder a algunos
apreciadores o críticos de su cine. De esa forma, veremos a Resnais dotar a su
cinta de un singular colorido, y el cromatismo de la película, si bien no llega
a la intensidad ni por momentos tono chillón de "Asuntos privados en lugares públicos (2006)" -algunos incluso llamaban feísta a su particular estética,
opinión que no comparto por cierto-, aún destella tibiamente por momentos esa
característica, se mantiene esta expresión en el final estadío creativo del
realizador, utilizando también los primeros planos para incrementar la carga
dramática, la fuerza expresiva de Dussollier. Hablando un poco más de su
narrativa, del lenguaje de su clamara, inclusive un poco de manejo de cámara en
mano observaremos, una tibia huella de la nouvelle
vague quizás, el maestro realiza una suerte de modesto compendio de todas
sus virtudes y aprendizajes durante su dilatada andadura cinematográfica. Tras
la cinta última mencionada, Resnais nos entrega esta suerte de reflexión,
nuestro director ha envejecido, se siente viejo, lo reflejan sus temas, mejor
dicho el tratamiento de sus temas, la vejez y la soledad ahora priman, el
miedo, el deseo de evitar esto último,
pero dentro de todo, aún le queda cierto brío al cineasta.
Ese brío se nos
muestra también en el sereno pero determinado desfile de elementos surreales
durante el filme, y de simbolismos también, siendo ella una mujer que emplea
sus ratos de ocio en una singular ocupación, es piloto de avión, y la alegoría
toma fuerza al buscar ella final refugio en esa actividad -y al representarse
en lo que podríamos llamar el segundo
final-, ella emprende vuelo, despega, pretende despegar tanto de la tierra
como de su situación, observaremos los
aviones, muchos de ellos, observaremos incluso el spitfire, insigne elemento de
aviación, inclusive aviones estallando, en pleno combate, simbolizando las
emociones del anciano Georges; es un elemento , una imagen, importante dentro
de la cinta, casi tanto como las hierbas. El final es tema a parte, y es digno
de la película, y se siente casi coherente con lo observado, con el desarrollo
por momentos surreal, pues el final es un ligero delirio, pocas veces he
visionado un final tan abierto, o incierto, incluso indefinido, como la vida
misma, pues un anciano, a esas alturas de su existencia, encontrará muchas
cosas que no tienen respuesta definida, que no tienen una solución o final
simple. Es así que el “primer final” nos muestra a la singular pareja
simplemente encontrándose y besándose, mientras tímidamente palpita la palabra
fin y se escucha la clásica música de le 20th Century Fox. Pero el segundo
final, quizás el más atractivo, tras presentarnos nuevamente, a modo de leitmotiv, el segmento epifánico del
bolso siendo robado, nos muestra otra posibilidad, ciertamente más artística,
ellos planean, vuelan juntos, su final unión nos es deslizada, su imposible y
casi ridícula relación toma forma -de cierto modo, claro, pues en efecto sigue
siendo todo indefinido, como el final-, ambos emprenden vuelo y nos simboliza
de cierto modo su conexión, su unión, , a bordo del avión, no importa que los
acompañe la amiga de ella, apreciando vastos campos, distintas e intensas
tonalidades del verde, y sin rumbo o desenlace concreto ni definido. Y el plano
último, que clausura el filme, la niña que le dice a su madre “¿cuando sea gato
podré comer chocolatinas?”, adecuado colofón para el ejercicio del francés.
Como toda buena película, tiene que contar con elementos actorales sólidos, y
Dussollier, quien conoce ya al director como éste al actor, consigue siempre
una actuación decente, está correcto en su interpretación, curtido ya e intenso
cuando la situación lo requiere, la experiencia de un actor recorrido se nota,
es un buen apoyo donde descansa tanto el director como la solidez de la cinta.
Asimismo, Sabine Azéma, la mujer del cineasta, cumple también, si bien no la
considero una actriz extraordinaria, pienso que su aporte es positivo, la
esposa del cineasta cumple con buena nota, se percibe la conexión y
entendimiento de actriz y director, de mujer y marido. Resnais solo dirigiría
dos filmes más antes de abandonar este mundo, antes de fenecer, dejándonos una
filmografía poderosa, completa, variada, la filmografía de un cineasta distinto
y muy apreciable.
Título original: Les herbes folles.
Director: Alain Resnais.
Intérpretes: André Dussollier, Sabine Azéma, Emmanuelle
Devos, Mathieu Amalric, Michel Vuillermoz, Anne Consigny.
Trailer:
B.S.O.:
Reseña escrita por Edgar Mauricio
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