François Truffaut consolida con esta cinta uno de sus más personales y atractivos trabajos, en el que nos sumerge en el mundo femenino, mostrándonos su universo a través del triángulo amoroso de dos hermanas y un individuo. Las protagonistas son dos féminas francesas, dos hermanas que conocen a un inglés, un joven con el que desarrollan un estrecho vínculo amical, filial, pero que va adoptando matices carnales, matices sexuales cuando ambas vayan generando atracción hacia él, su relación irá cambiando a lo largo de los años en los que se desarrolla la historia. Truffaut adapta nuevamente una novela homónima de Henri-Pierre Roché, dándose la tan interesante como a la vez compleja circunstancia de que la obra está integrada por cartas entre los protagonistas, esa correspondencia es lo que conforma el texto, teniendo el cineasta que superar esa dificultad para saltar de un arte a otro. La crítica en su momento no fue nada positiva al ver la cinta la luz, y ese fracaso fue algo que afectó mucho al director, siendo ésta una obra tan personal suya, pero los años han puesto a la cinta en el lugar que corresponde. Nos entrega uno de los filmes con más notable tratamiento de las relaciones humanas, sincero, sencillo, y que por supuesto está muy ligada a una obra previa del director, Jules y Jim (1962), lo que podría decirse el envés, la otra cara en el tratamiento de un mismo tema. Pero ese tópico se abordará en su debido momento. En una localidad francesa, Claude Roc (Jean-Pierre Léaud) conoce través
de su madre a Ann Brown (Kika Markham), los jóvenes congenian e incluso él va
pasar unos días a la casa de ella, conociendo a su hermana Muriel (Stacey
Tendeter). Los tres pues pasan mucho tiempo juntos, escribiendo él cartas a su
madre relatando sus días. Pero cuando Claude y Muriel van desarrollando un
gusto que la madre de ella nota, la mujer le requiere a Claude que abandone la
casa. Tras hacerlo, Claude escribe en una carta a Muriel todo su amor, pero
ella, insegura, le rechaza, llegando al acuerdo de que deben pasar un año
alejados, y si pasado ese tiempo prosiguen sus intenciones de unión, la madre
lo consentiría. Los jóvenes pues se distancian y despejan hasta que tiempo
después se reencuentra Claude con Ann, naciendo un intenso idilio entre ellos,
perdiendo Ann su virginidad, mientras Muriel está indecisa, le envía
correspondencia al joven. Ann es cortejada por otros jóvenes, intiman, pero
mantiene su romance con Claude por cierto tiempo, hasta que, al reunirse con su
hermana, termina contándole a Muriel sus clandestinas relaciones, causándole
una gran impresión. Tiempo después, Ann ha fenecido a causa de la tuberculosis,
Claude y Muriel se reencuentran y finalmente consuman su atracción, la desvirga
también. Se separan, pasan quince años, tras lo cual ella se ha casado y tiene
hijos terminando así la cinta. En esta atractiva cinta de cine
francés se nos desliza una mirada del espíritu humano, de las relaciones
humanas, se nos adentra en el mundo femenino y en su psicología, en sus
pensamientos, curiosidades, miedos, en la lujuria.
Para hacer más eficiente la adaptación de la literatura al audiovisual mundo del cine, desde el comienzo suena la voz en off, desde el comienzo queda clara la inclinación literaria, la cercanía que se mantiene con el texto, por lo inicialmente comentado, la naturaleza del texto literario. Es esta una similitud que se tiene con la cinta hermana citada, "Jules y Jim (1961)", obra por cierto de autoría asimismo de Henri-Pierre Roché, un autor admirado por Truffaut, y un hecho que ya nos va diciendo qué tan cercanas son una cinta de la otra. Procura pues Truffaut mantener estrechez entre literatura y cine, nos indica desde el comienzo que la presencia literaria, que un ambiente literario impregnará su película, y así, prontamente escucharemos esa voz en off, hablándonos de Muriel, de sus pensamientos, ciertamente la narrativa se vuelve más ínfima, más cercana de ese modo. La cercanía mencionada que se logra en la narrativa es un acierto, al ser éste un filme que nos introduce tanto en la mente de sus protagonistas. Eventos como el episodio lésbico infantil dan fe de ello, repleto de inocencia de infante, de descubrimiento de la sexualidad, descubrimiento del contacto físico, las imágenes nos hablan mientras la carta es leída con la voz de la protagonista, Muriel, el acompañamiento de la lectura de las cartas refuerza lo narrado. La película descansa en buena medida en las acciones físicas, sexuales de los personajes, y reside ahí un mérito de Truffaut, al realizar un filme que repose tanto en lo carnal, en hacer un filme, sobre la carne, sin carne, sin mostrarla en exceso, es correcto tanto su trabajo como su sensibilidad, al conseguir que, sin tener escenas de sexo explícito ni nada que se le asemeje, la obra quede tan impregnada de esa tensión carnal, de esa sensualidad omnipresente. La sensualidad es omnipresente de forma más potente en la secuencia que mejor materializa lo recién señalado, esa sensibilidad del cineasta para mostrar sin mostrar, es la secuencia en que Muriel y Claude finalmente intiman, vemos la sábana manchada de la sangre proveniente de la virginidad perdida de la muchacha, con una imagen tan fuerte, tan poderosa, se clausura uno de los eventos a su vez más potentes de la cinta, la final y muy dilatada consumación de su mutua atracción. La cinta nos habla también del amor, pero específicamente el amor que se consuma, del amor carnal y las complejas vertientes que el accionar humano va adquiriendo, de cómo mudan los sentimientos, de cómo una obsesión física, carnal, puede durar años, y dejar muchas cosas de lado, antes de que finalmente se consume.
Esto se nos muestra pues a través de las dos caras de la moneda, de las dos hermanas, esa carnalidad, capital en el filme, se va manifestando, la tensión va creciendo, esa curiosidad, esa atracción por lo sexual crece, una poderosa sensualidad habita en toda la película. Lo físico se va fortaleciendo -la secuencia de ellas balanceándose, poniéndolo al medio, frotando sus espaldas con el cuerpo de Claude; el citado episodio lésbico-, la intensidad va naciendo, lo físico aparece, lo carnal es algo que está presente durante toda la cinta, algo a lo que se llega naturalmente dada tanta cercanía entre los jóvenes. Con ambas hermanas, el inicial acercamiento obedece a esa dinámica, tímidos e inseguros toques físicos marcan el comienzo, siendo con Ann con quien la intensidad sexual alcanza la cúspide, pero Muriel es el caso del romance estancado, que sin embargo -y siendo un amor estropeado por la intromisión de la hermana-, se consumaría, se dejaría de lado todo lo vivido para que sencillamente pase lo que debió pasar; tras una larga espera, ella tiene a los 30 años su debut sexual, y con cierto maquiavelismo ella procede, incluso sabiendo desde el inicio que sería únicamente un encuentro y nada más, casi como si se sacara esa espina, ella ha cambiado, no es ya la niña inocente, es una mujer en toda regla. Interesante el estudio de la compleja psiquis femenina el que nos presenta el francés, sus actrices han manifestado el conocimiento que el realizador tiene del universo femenino, y es algo que se evidencia en la cinta, retratando sentimientos tan humanos como la pasión, la irrefrenable pasión, obsesión y el gusto carnal, el descubrimiento del cuerpo y el placer físico, pudor e inseguridad, la rivalidad femenina que nace entre las hermanas. Y en el medio, el inglés, el continente, como se le apoda, de hecho, en el título original, se lee las dos inglesas y el continente, él es quien desencadena todo, el pulsor del drama, el que las vuelve mujeres y por el que cambia todo. Habiendo hablado un poco sobre las similitudes de este trabajo con Jules y Jim -casi inevitable la comparación-, se abordará ahora ciertas diferencias. A mi juicio, es esta cinta superior a su compañera, tanto en tratamiento de personajes, como en tratamiento de la temática, en principio idéntica. Idéntica pues vemos en ambos casos triángulos amorosos, pero la diferencia no radica únicamente en la diferencia de los sexos de cada caso (dos hombres y una mujer en la primera película, lo contrario de la presente). Se siente un tratamiento a los personajes bastante más logrado que en la cinta anterior, los personajes femeninos nos resultan más sólidos, más creíbles, más seductoramente complejos que las figuras masculinas algo endebles de la anterior, que parece no sobrevivir con la misma fuerza al paso de los años, quizás estancada en el espíritu de su tiempo, y la fuerza de la juventud de entonces, jóvenes practicando el amor libre, como el trío protagonista de Jules y Jim. La fuerza de los sentimientos es más potente en esta presente película, tan diferente de la primera como un hombre de una mujer -como los dúos protagonistas-, y la sensibilidad de Truffaut se siente bastante más efectiva en este segundo caso. Si en la primera cinta veíamos a la fogosa e impulsiva Catherine hacer y deshacer, ahora vemos la parte femenina divida en dos caras de una moneda, la evolución y el tratamiento de la psiquis femenina cambia su vértice ahora, y en efecto se percibe más depurado su estilo. Visualmente el trabajo es agradable, otorgándole el francés a su cinta un ambiente bucólico, al desarrollarse la acción en fincas francesas, combina el director a los elementos humanos con la naturaleza.
De esa forma nos deleita Truffaut mostrándonos imágenes del cielo, de la vegetación y del mar en reiteradas ocasiones, dotando con acierto gracias a ello también a su cinta de un cálido halo de pureza, mientras las hermanas pasan de tener una relación primero amical, luego filial, y luego carnal con el joven, mientras van descubriendo la adultez y se hacen mujeres. La cámara viene a ser consecuente con los ejercicios inmediatos anteriores del cineasta, es una cámara que generalmente está estática, mostrando cierto dinamismo en determinadas circunstancias, agilizando la narración. La muestra más palpable de lo que queda de la nueva ola francesa en Truffaut se materializa en la secuencia de la confesión de Ann, cuando revela a Muriel que ha mantenido carnales relaciones con Claude, Muriel se desmorona, se resquebraja, sale corriendo al lavabo a vomitar, y la cámara trémulamente la sigue, nos muestra el momento, en un rezago de la recordada escuela francesa, y un guiño técnico que proporciona variedad a la presentación formal de la película. Un correcto y agradable acompañamiento musical se manifestará en las circunstancias en que Claude va acercándose, enamorándose e intimando con las hermanas, el apoyo musical es pues correcto. Truffaut impregna también a su trabajo de un genuino amor por el arte, donde las referencias fluyen por doquier, para empezar siendo artistas los protagonistas, Ann y Claude sacando sus caballetes y pintando cuadros del mar mientras se van conociendo, pero además referenciándose a Balzac, a Rodin, a la labor de escultura de Ann. Las actrices cumplen bien con su trabajo, tanto Kika Markham, Anna, como Stacey Tendeter, Muriel, dan la talla interpretando a las hermanas, compañeras pero rivales, fragilidad, sensualidad, inseguridad, vergüenza, consiguen imprimir la carga dramática correcta a sus personajes. Jean-Pierre Léaud es uno de los pocos elementos flojos del engranaje de la cinta, pues ciertamente a mi juicio es un actor sin mucha variedad de registros, una opinión que evidentemente no compartía Truffaut, pues con su alter ego actoral materializa más de un título suyo, es su actor fetiche, con el que se ha generado un vínculo artístico y más que eso, lo que nos habla también de la cercanía, de toque personal que se le imprime a la cinta. En efecto, es de los trabajos más personales del cineasta, y por ello su fracaso ante el gran público fue algo que le afectó, pero el tiempo hace justicia, el filme se ha revalorizado, y no es para menos, un excelente ejemplo de un filme que sabe retratar la mente humana, la mente humana femenina, un excelente ejemplo de la sensibilidad con que sabia plasmar este notable cineasta francés sus trabajos. Gran película de un buen director, recomendable.
Para hacer más eficiente la adaptación de la literatura al audiovisual mundo del cine, desde el comienzo suena la voz en off, desde el comienzo queda clara la inclinación literaria, la cercanía que se mantiene con el texto, por lo inicialmente comentado, la naturaleza del texto literario. Es esta una similitud que se tiene con la cinta hermana citada, "Jules y Jim (1961)", obra por cierto de autoría asimismo de Henri-Pierre Roché, un autor admirado por Truffaut, y un hecho que ya nos va diciendo qué tan cercanas son una cinta de la otra. Procura pues Truffaut mantener estrechez entre literatura y cine, nos indica desde el comienzo que la presencia literaria, que un ambiente literario impregnará su película, y así, prontamente escucharemos esa voz en off, hablándonos de Muriel, de sus pensamientos, ciertamente la narrativa se vuelve más ínfima, más cercana de ese modo. La cercanía mencionada que se logra en la narrativa es un acierto, al ser éste un filme que nos introduce tanto en la mente de sus protagonistas. Eventos como el episodio lésbico infantil dan fe de ello, repleto de inocencia de infante, de descubrimiento de la sexualidad, descubrimiento del contacto físico, las imágenes nos hablan mientras la carta es leída con la voz de la protagonista, Muriel, el acompañamiento de la lectura de las cartas refuerza lo narrado. La película descansa en buena medida en las acciones físicas, sexuales de los personajes, y reside ahí un mérito de Truffaut, al realizar un filme que repose tanto en lo carnal, en hacer un filme, sobre la carne, sin carne, sin mostrarla en exceso, es correcto tanto su trabajo como su sensibilidad, al conseguir que, sin tener escenas de sexo explícito ni nada que se le asemeje, la obra quede tan impregnada de esa tensión carnal, de esa sensualidad omnipresente. La sensualidad es omnipresente de forma más potente en la secuencia que mejor materializa lo recién señalado, esa sensibilidad del cineasta para mostrar sin mostrar, es la secuencia en que Muriel y Claude finalmente intiman, vemos la sábana manchada de la sangre proveniente de la virginidad perdida de la muchacha, con una imagen tan fuerte, tan poderosa, se clausura uno de los eventos a su vez más potentes de la cinta, la final y muy dilatada consumación de su mutua atracción. La cinta nos habla también del amor, pero específicamente el amor que se consuma, del amor carnal y las complejas vertientes que el accionar humano va adquiriendo, de cómo mudan los sentimientos, de cómo una obsesión física, carnal, puede durar años, y dejar muchas cosas de lado, antes de que finalmente se consume.
Esto se nos muestra pues a través de las dos caras de la moneda, de las dos hermanas, esa carnalidad, capital en el filme, se va manifestando, la tensión va creciendo, esa curiosidad, esa atracción por lo sexual crece, una poderosa sensualidad habita en toda la película. Lo físico se va fortaleciendo -la secuencia de ellas balanceándose, poniéndolo al medio, frotando sus espaldas con el cuerpo de Claude; el citado episodio lésbico-, la intensidad va naciendo, lo físico aparece, lo carnal es algo que está presente durante toda la cinta, algo a lo que se llega naturalmente dada tanta cercanía entre los jóvenes. Con ambas hermanas, el inicial acercamiento obedece a esa dinámica, tímidos e inseguros toques físicos marcan el comienzo, siendo con Ann con quien la intensidad sexual alcanza la cúspide, pero Muriel es el caso del romance estancado, que sin embargo -y siendo un amor estropeado por la intromisión de la hermana-, se consumaría, se dejaría de lado todo lo vivido para que sencillamente pase lo que debió pasar; tras una larga espera, ella tiene a los 30 años su debut sexual, y con cierto maquiavelismo ella procede, incluso sabiendo desde el inicio que sería únicamente un encuentro y nada más, casi como si se sacara esa espina, ella ha cambiado, no es ya la niña inocente, es una mujer en toda regla. Interesante el estudio de la compleja psiquis femenina el que nos presenta el francés, sus actrices han manifestado el conocimiento que el realizador tiene del universo femenino, y es algo que se evidencia en la cinta, retratando sentimientos tan humanos como la pasión, la irrefrenable pasión, obsesión y el gusto carnal, el descubrimiento del cuerpo y el placer físico, pudor e inseguridad, la rivalidad femenina que nace entre las hermanas. Y en el medio, el inglés, el continente, como se le apoda, de hecho, en el título original, se lee las dos inglesas y el continente, él es quien desencadena todo, el pulsor del drama, el que las vuelve mujeres y por el que cambia todo. Habiendo hablado un poco sobre las similitudes de este trabajo con Jules y Jim -casi inevitable la comparación-, se abordará ahora ciertas diferencias. A mi juicio, es esta cinta superior a su compañera, tanto en tratamiento de personajes, como en tratamiento de la temática, en principio idéntica. Idéntica pues vemos en ambos casos triángulos amorosos, pero la diferencia no radica únicamente en la diferencia de los sexos de cada caso (dos hombres y una mujer en la primera película, lo contrario de la presente). Se siente un tratamiento a los personajes bastante más logrado que en la cinta anterior, los personajes femeninos nos resultan más sólidos, más creíbles, más seductoramente complejos que las figuras masculinas algo endebles de la anterior, que parece no sobrevivir con la misma fuerza al paso de los años, quizás estancada en el espíritu de su tiempo, y la fuerza de la juventud de entonces, jóvenes practicando el amor libre, como el trío protagonista de Jules y Jim. La fuerza de los sentimientos es más potente en esta presente película, tan diferente de la primera como un hombre de una mujer -como los dúos protagonistas-, y la sensibilidad de Truffaut se siente bastante más efectiva en este segundo caso. Si en la primera cinta veíamos a la fogosa e impulsiva Catherine hacer y deshacer, ahora vemos la parte femenina divida en dos caras de una moneda, la evolución y el tratamiento de la psiquis femenina cambia su vértice ahora, y en efecto se percibe más depurado su estilo. Visualmente el trabajo es agradable, otorgándole el francés a su cinta un ambiente bucólico, al desarrollarse la acción en fincas francesas, combina el director a los elementos humanos con la naturaleza.
De esa forma nos deleita Truffaut mostrándonos imágenes del cielo, de la vegetación y del mar en reiteradas ocasiones, dotando con acierto gracias a ello también a su cinta de un cálido halo de pureza, mientras las hermanas pasan de tener una relación primero amical, luego filial, y luego carnal con el joven, mientras van descubriendo la adultez y se hacen mujeres. La cámara viene a ser consecuente con los ejercicios inmediatos anteriores del cineasta, es una cámara que generalmente está estática, mostrando cierto dinamismo en determinadas circunstancias, agilizando la narración. La muestra más palpable de lo que queda de la nueva ola francesa en Truffaut se materializa en la secuencia de la confesión de Ann, cuando revela a Muriel que ha mantenido carnales relaciones con Claude, Muriel se desmorona, se resquebraja, sale corriendo al lavabo a vomitar, y la cámara trémulamente la sigue, nos muestra el momento, en un rezago de la recordada escuela francesa, y un guiño técnico que proporciona variedad a la presentación formal de la película. Un correcto y agradable acompañamiento musical se manifestará en las circunstancias en que Claude va acercándose, enamorándose e intimando con las hermanas, el apoyo musical es pues correcto. Truffaut impregna también a su trabajo de un genuino amor por el arte, donde las referencias fluyen por doquier, para empezar siendo artistas los protagonistas, Ann y Claude sacando sus caballetes y pintando cuadros del mar mientras se van conociendo, pero además referenciándose a Balzac, a Rodin, a la labor de escultura de Ann. Las actrices cumplen bien con su trabajo, tanto Kika Markham, Anna, como Stacey Tendeter, Muriel, dan la talla interpretando a las hermanas, compañeras pero rivales, fragilidad, sensualidad, inseguridad, vergüenza, consiguen imprimir la carga dramática correcta a sus personajes. Jean-Pierre Léaud es uno de los pocos elementos flojos del engranaje de la cinta, pues ciertamente a mi juicio es un actor sin mucha variedad de registros, una opinión que evidentemente no compartía Truffaut, pues con su alter ego actoral materializa más de un título suyo, es su actor fetiche, con el que se ha generado un vínculo artístico y más que eso, lo que nos habla también de la cercanía, de toque personal que se le imprime a la cinta. En efecto, es de los trabajos más personales del cineasta, y por ello su fracaso ante el gran público fue algo que le afectó, pero el tiempo hace justicia, el filme se ha revalorizado, y no es para menos, un excelente ejemplo de un filme que sabe retratar la mente humana, la mente humana femenina, un excelente ejemplo de la sensibilidad con que sabia plasmar este notable cineasta francés sus trabajos. Gran película de un buen director, recomendable.
Título original: Les deux anglaises et le continent.
Director: François Truffaut.
Intérpretes: Jean-Pierre Léaud, Stecey Tenderer, Kika
Markham, Sylvia Marriott, Marie Mansart, Philippe Léotard.
Escena:
B.S.O.:
Reseña escrita por Edgar Mauricio
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