LA RUPTURA (1970). El thriller dramático de Claude Chabrol.

la ruptura
Un nuevo ejercicio de Chabrol nos ocupa en esta oportunidad, y en efecto es un novedoso trabajo el que se comenta. La ruptura es un filme que luego de visionado, para el conocedor de la obra de este francés realizador, tiene bastante justificado su título, pues ciertamente significará una ruptura, un cambio, respecto a algunas de las más importantes directrices de la andadura cinematográfica hasta ese momento del director, si bien otras siguen siendo respetadas y prolongadas en su obra. Sigue aún utilizando Chabrol en esta etapa, inicios de los 70, a su musa, mujer y actriz fetiche, la bella Stéphane Audran, para narrarnos en esta oportunidad un nuevo filme de suspenso. Una mujer cuyo esposo mentalmente inestable la ataca a ella y a su menor hijo, deberá enfrentarse no solo a esa dura situación, sino a sus suegros, los padres del desequilibrado que pretenden arrebatarle al infante, y dejarla sin la cuantiosa parte de la división de bienes que el divorcio le proveería, y para ello, contrata el padre a un tahúr para que la siga y obtenga, aunque sea a la fuerza, pruebas que ayuden a su cometido. Naturalmente, tal circunstancia acarreará impensadas y fatales consecuencias, en un nuevo ejercicio de suspenso, que si bien repite como ya se ha dicho algunos de los conocidos nortes del cineasta, tiene ingredientes nuevos que definitivamente refrescan la perspectiva para el seguidor de este reconocido realizador europeo. La acción se inicia con una fémina, Hélène Régnier (la Audran), que recibe repentinamente brutal castigo físico por parte de su esposo, Charles, que golpea no sólo a su mujer, sino a su pequeño hijo, causándole serias lesiones. 

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Ella se defiende golpeándolo con una sartén, y ya pasado ese evento, los padres de él le atizan esa acción a ella, además de su dudoso pasado como desnudista. Al tener el niño que internarse en un hospital, Hélène se hospeda en una pensión cercana, mientras recibe la asesoría de un abogado para llevar el caso. El suegro contrata a Paul Thomas (Jean-Pierre Cassel), un conocido suyo para que siga a Hélène, y haga todo lo posible por averiguarle malas actividades, para arrebatarle la custodia del hijo, y Paul pronto se pone manos a la obra, se las ingenia para conocerla y hospedarse en su misma pensión. Pero Hélène está limpia, sus actividades son todas respetables, al no fructificar el trabajo y al ver que el divorcio parece favorable a Hélène, Paul decide fabricarle acciones deshonrosas. Junto a una libidinosa amante suya, urde un plan para hacer quedar a Hélène como una desviada que abusó sexualmente de una retrasada mental, un plan que finalmente fracasa. Al final, los personajes se ven superados por los hechos, un frenesí de demencia los abarca a todos, y una serie de asesinatos deja a un único sobreviviente en más que incierta situación, terminando así el filme. En este apreciable trabajo del buen Claude no encontraremos demasiadas novedades en el aspecto técnico, así, hablando del comportamiento de su cámara, se mantiene estática por momentos, pero sabrá realizar sutiles movimientos, sutiles seguimientos de los personajes y sus acciones, además de unos encuadres que el seguidor de sus trabajos previos sabrá reconocer. Se trata, pues, en definitiva de un trabajo de cámara que nos hace sentir un filme plenamente  identificable con sus contemporáneos trabajos, se siente una obra coherente y, una continuación de sus trabajos anteriores, al menos en este particular apartado. 


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También contribuye a hacer reconocible este trabajo el acompañamiento musical, nunca abundante en esta etapa del realizador, pero haciéndose presente en momentos importantes, y aportando a generar tensión, premura, incertidumbre. Por si no bastara con esto, otro detalle que hace hermanas a las cintas de esta época en cuanto a su expresión visual viene a ser la concepción de determinadas escenas, cuando los personajes conversan, se cuentan sus vidas o simplemente dialogan, sentados o caminando, siempre se ambienta esto en un parque o jardín, en el cual aparte del encuadre móvil de los protagonistas, se aúnan elementos propios del entorno, siempre una rama, o un tronco, o las hojas de una planta, siempre formando parte del encuadre, siempre dándole ese menor, pero personalísimo toque a las escenas del francés. Además apreciaremos algún interesante tratamiento a diálogos, intercambio de primeros planos que colabora a generar mayor tensión en sus escenas. Los personajes secundarios asimismo adquieren singulares tintes en este trabajo, veremos por ejemplo al pintoresco actor fracasado de la pensión, verborrageo sujeto que  tendrá cierta injerencia; y claro, imposible no mencionar a la libidinosa amiga de Paul, una jovencita que piensa en sexo más que en cualquier otra cosa, y que durante toda la cinta se dedica a mostrarnos sus jóvenes carnes, un guiño erótico relativamente novedoso en nuestro cineasta. Pero ahora analicemos los puntos más importantes del filme, en el que se aprecian elementos conocidos y otros nuevos. Yendo en orden, se manifiesta uno de sus santos y seña por aquellos años: la materialización de un perenne triángulo amoroso, repitiéndose no solo la situación señalada, sino inclusive sus protagonistas con nombre repetido, siempre serán Hélène, Paul y Charles, siendo este filme un ejemplo más, una materialización más de esa tendencia de Chabrol


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A este mismo respecto, inclusive utiliza a los mismos actores secundarios de filmes previos, generándose una suerte de compañía de actores constantes del director, una característica siempre apreciable, y que le da a su obra en conjunto mayor cohesión y solidez.  Hasta ahí no hay sorpresa, en lo que sí nos sorprende es con el frenético y violento inicio, como para que nos hagamos la idea del tipo de ejercicio que estamos por presenciar. Hemos visto ya arrebatadoras secuencias violentas de Chabrol, relativamente violentas secuencias que se vuelven un elemento constante en sus producciones, siempre tratando las desviaciones y severas torturas de sus personajes, diseccionando sus psiquis, haciéndonos testigos de cómo se desmoronan hasta resquebrajarse y hacerse pedazos. Sin embargo, aquí entra la más importante e interesante novedad: en esta oportunidad hay un crimen -como no podía ser de otra forma-, pero ahora el crimen no sucede de inmediato, ni está desenmarañado todo –como en algunos ejercicios anteriores, por ejemplo "La bestia debe morir (1969)"-, sino que el misterio, la intriga e incertidumbre se irán desarrollando durante el filme, las acciones y la imprevisibilidad van de la mano, generando así un nuevo suspenso en su estilo de realizar, algo que ya se había empezado a esbozar en El Carnicero, de ese mismo año 1970, pero que alcanza en este trabajo una cúspide mayor. Explora un nuevo modo de hacer cine, o mejor dicho, sigue haciendo su cine de siempre, pero de una nueva forma,  "crece" de cierto modo Chabrol, cambió su estilo, ahora nos ofrece un nuevo suspenso, pero la forma correcta sería decir que ha cambiado la forma, más no el fondo. Lo dicho, si bien hay elementos novedosos y apreciables en esta cinta de Chabrol, en esencia sigue siendo lo mismo de siempre, y es esa una de las mayores críticas que se le atizan a Claude, que hace la misma cinta una y otra vez, aunque naturalmente eso es algo bastante subjetivo, y cada uno le dará el peso conveniente a dicha apreciación. 


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Nuevamente vernos a sus personajes siendo despedazados por las circunstancias y por ellos mismos, si bien ahora como se dijo, cambian las formas. Y no solo hay cambios en las formas en cuanto al tratamiento del suspenso, a la forma en que se teje la incertidumbre y tensión, sino que también hay algunos recursos técnicos novedosos. A resaltar la secuencia final de la demencia, el desquicio haciendo su presa absoluta de la atormentada Hélène, que ya no puede más y es rebasada por todo y pierde la cordura, materializándose eso en un surreal e inédito viaje cromático, pesadillescas imágenes en las que el color pierde fronteras, pierde contornos, casi expresionistas imágenes cuyo delirio cromático nos sumergen en la demencia, en la locura de la que Hélène no podrá ya escapar. Cabe mencionar que esa final locura los abarca a todos, y si no se ha revelado mayores detalles del final es para respetar el visionado de cada uno. Para terminar de redondear la idea, Chabrol ha encontrado nuevos mecanismos para narrar básicamente lo mismo, y resulta interesante apreciar esas ciertas novedades, para el gustoso del cine de este francés, será agradable notar esas diferencias, si bien en el fondo se trata de un ejercicio símil, hermanado con otros trabajos previos -no solo en lo técnico, como ya se ha señalado-, siendo esta característica tan positiva como negativa, dependiendo del cristal con que se mire. En cuanto a los aportes actorales, veremos nuevamente a Michel Bouquet a las órdenes de Chabrol, como ya viéramos un año antes en "La Mujer Infiel (1969)", siempre cumpliendo este corrector actor francés, pero nuevamente la prueba mayor viene a ser para la mujer del cineasta, y su mujer, su musa, su actriz, no defrauda, la Audran sabe entregar lo mejor de sí a las órdenes de su marido, se conocen tan bien, y eso se nota, es otro trabajo memorable y apreciable de la célebre actriz francesa. En líneas generales, para los apreciadores de Chabrol, estamos ante una pieza exquisita y novedosa, y si bien con ciertas muy subjetivas falencias, se erige como una pieza sólida dentro de la extensa filmografía de este tan prolífico como apreciable cineasta europeo, que no hace muchos años nos dejó.


la ruptura

Título original: La Rupture.

Director: Claude Chabrol.

Intérpretes: Stéphane Audran, Jean-Pierre Cassel, Michel Bouquet), Annie Cordy, Jean-Claude Drouot, Jean Carmet, Marguerite Cassan.

Trailer:


Escena:


Reseña escrita por Edgar Mauricio


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