Kelly es una prostituta que llega
a la ciudad de Grantville huyendo de su pasado. Tras un primer encuentro con
Griff, el capitán de la policía de la ciudad, consigue rehacer su vida
trabajando como enfermera en un hospital para niños inválidos. Además, se enamora
del hombre más bueno y rico de la ciudad; pero las cosas no son exactamente lo
que parecen. Fuller se desmelena a gusto en una película formalmente arrojada y
directa, que da la impresión de haber sido rodada en plena "subidón" de fiebre,
con situaciones extremas, al borde del delirio y la cursilería, y abruptas
transiciones entre sus escenas, y que no trata en ningún momento de ocultar su
vocación folletinesca y desaforada. Y lo que en otros casos podría haber sido
un lastre, es aquí una virtud, porque el folletín puro y duro resulta ser el
vehículo ideal del discurso maniqueo de Fuller, que logra de este modo resaltar
la altura moral de Kelly entre la bajeza que en nombre de la decencia pública
la desprecia. Su narración está enfocada desde el punto de vista de Kelly, de
tal forma que en muchas ocasiones los pensamientos, anhelos y ensoñaciones de
la protagonista acaban ocupando el primer término del relato y hacen
perfectamente coherente y comprensible el carácter duro y tierno, pragmático y
sensible, de un personaje que se erige fácilmente en la mejor figura femenina
de la filmografía de Fuller y en una de las más complejas y matizadas del cine
negro norteamericano, por más que ya en el momento de su realización "Una luz
en el hampa" fuera un ejemplo tardío de la época clásica del género (aunque la
contrastada fotografía en blanco y negro de Stanley Cortez contribuye a
reforzar ese vínculo con el "film noir").
Desde su deslumbrante inicio, el film de Fuller proporciona más que ninguna otra de sus películas esa desmesura visual que fue la impronta de su cine, y ofrece una sensacional ruptura de tono en su último tercio con el noqueante descubrimiento de las perversiones de Grant –que ansiaba casarse con Kelly al pretender encubrir en el pasado de ella su comportamiento sexual obsceno-. Ello no supondrá más que la piedra de toque para comprender el fariseísmo de una comunidad en apariencia idealizada, pero que con demasiada facilidad muestra sus debilidades y fisuras. El guión denuncia la hipocresía social y se refiere a temas tabú como aborto, prostitución, inducción a la prostitución y pedofilia. Una de las mayores virtudes de este film admirable, estriba en haber sabido sintetizar esa desmesura narrativa inherente en el cine de su autor, dentro de un estilo de asombrosa modernidad. Las secuencias del film en todo momento sugieren mucho más de lo que muestran. Expresadas con resoluciones cinematográficas en muchas ocasiones deslumbrantes, y en no pocos casos delimitadas por medio de contundentes fundidos en negro, lo que aparentemente queda definido como un delirio cinematográfico finalmente conformará un relato sin fisuras, del que cabe destacar la memorable labor de Constance Towers, la espléndida iluminación de Stanley Cortez y la elegante partitura de Paul Dunlap.
Desde su deslumbrante inicio, el film de Fuller proporciona más que ninguna otra de sus películas esa desmesura visual que fue la impronta de su cine, y ofrece una sensacional ruptura de tono en su último tercio con el noqueante descubrimiento de las perversiones de Grant –que ansiaba casarse con Kelly al pretender encubrir en el pasado de ella su comportamiento sexual obsceno-. Ello no supondrá más que la piedra de toque para comprender el fariseísmo de una comunidad en apariencia idealizada, pero que con demasiada facilidad muestra sus debilidades y fisuras. El guión denuncia la hipocresía social y se refiere a temas tabú como aborto, prostitución, inducción a la prostitución y pedofilia. Una de las mayores virtudes de este film admirable, estriba en haber sabido sintetizar esa desmesura narrativa inherente en el cine de su autor, dentro de un estilo de asombrosa modernidad. Las secuencias del film en todo momento sugieren mucho más de lo que muestran. Expresadas con resoluciones cinematográficas en muchas ocasiones deslumbrantes, y en no pocos casos delimitadas por medio de contundentes fundidos en negro, lo que aparentemente queda definido como un delirio cinematográfico finalmente conformará un relato sin fisuras, del que cabe destacar la memorable labor de Constance Towers, la espléndida iluminación de Stanley Cortez y la elegante partitura de Paul Dunlap.
Título original: The Naked Kiss.
Director: Samuel Fuller.
Intérpretes: Constance
Towers, Anthony
Eisley, Michael
Dante, Virginia
Grey, Patsy
Kelly, Bill
Sampson, Marie
Devereux.
Trailer:
Escena:
Reseña escrita por Ramón Abello Miñano
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