Atractivo ejercicio el que nos
presenta el surcoreano Kim Ki-Duk,
catapultado en los últimos años, por crítica y galardones artísticos, como uno
de los cineastas orientales más interesantes de las últimas décadas. Tras unos
iniciales ejercicios más intensos, ahora el cineasta nos presenta una reflexión
sobre la existencia, la manera en que maduramos, tanto física como
espiritualmente, e ilustra su enseñanza con una bella parábola oriental, en
forma de cuento budista, con tintes taoístas. A través de la historia de los
protagonistas, dos monjes budistas, representa la idea del crecimiento cíclico,
con toda la parsimonia y belleza del ambiente oriental nos muestra ese
concepto, termina un ciclo, vuelve a comenzar otro. Un joven monje irá
creciendo a través de las diversas estaciones, primavera, infancia,
aprendizaje; verano, el joven crece, intensidad y sexualidad; otoño, adultez,
madurez; invierno, senectud y presenciar cómo un nuevo ciclo se inicia. Es
interesante que en el plano estético y expresivo se haya elegido esa clave, la
mesurada y parsimoniosa clave oriental paras representar el otro tema capital
del filme, y de toda su filmografía en general, la violencia humana y sus
relaciones personales. Galardonada con reconocimientos que facilitaron su difusión,
es una cinta aceptable, disfrutable, algunos dirán que ha obtenido más premios
que otros filmes supuestamente superiores del director, en todo caso es una
buena muestra de lo que Ki-Duk es capaz de lograr audiovisualmente, y de la
directriz que puede tener el mensaje de su arte.
En el filme se desarrolla la
historia de unos monjes budistas, un infante y un anciano que viven aislados de
todo y de todos, en medio de un lago. En la estación del verano, el niño va
creciendo, es un infante que juega, ata una piedra a un pez, a una rana y a una
serpiente, y es por ello castigado; el monje viejo le ata una piedra hasta que
libere a los animales atormentados y entienda el dolor; ante la muerte de
algunos de ellos, el niño sufre. Es primavera, el niño es un joven, descubre
sus primeros sentimientos amorosos y vivencias carnales: una señorita que va al
templo a buscar alivio a una dolencia, se hospeda con ellos, se produce intenso
coito, hasta el punto de abandonar el templo el joven por ella. Es otoño, el
joven es adulto, ha sido contaminado con el mundo, ha matado a su esposa por
una infidelidad, y vuelve al templo, donde es azotado por su viejo maestro al
querer suicidares delante de una estatua de Buda. Es invierno, en su senectud,
ya de vuelta al templo, se dedica a reflexionar y a Buda, cerca a él, un
infante monje juega y hace una travesura. Una misteriosa mujer con el rostro
cubierto había dejado un infante a su cuidado, y una tarde, mientras el monje
medita, a su lado el niño se divierte atormentando a una tortuga, nuevamente se
inicia el ciclo, el ahora viejo monje pasa la posta existencial a la nueva
generación. Cumple el filme, tiene elementos positivos, empezaré mencionando nuevamente que no deja de ser curioso
y atractivo que el cineasta coreano ilustra con un marco de inocencia el tema
de violencia. Porque sí, el filme nos muestra, entre otras cosas, que la maldad
contamina al hombre, la maldad originada por el deseo de posesión, genera
destrucción, la violencia siempre implicada.
Ese repitente tema, empero, la
violencia, a diferencia de otras cintas, es representada en medio de momentos
tiernos, uno de sus temas constantes encuentra otra forma de representarse, y
aunque en el fondo cambie sólo la forma y no el fondo, por supuesto, el
contraste ahí conseguido es positivo para el impacto de lo narrado. Ahondando
en esa temática expresiva y hermosa, otro de los temas capitales del filme, el
crecimiento, tanto físico como espiritual, es ilustrado poderosamente por las
estaciones, vividamente diferenciados los periodos y los estadios de
crecimiento. Así, cada clima y estación enmarcan la etapa vital, la cálida
primavera, el niño va aprendiendo, el sol y las plantas creciendo, aprendiendo
a vivir, como el infante. El intenso y ardoroso verano trae el despertar
sexual, el cual hace perder la cabeza al joven, deja atrás todo lo que ha
conocido, el budismo y la espiritualidad, todo por la carne. El tibio y gris
otoño trae un adulto expulsado, escupido por la sociedad, se ha contaminado, es
un asesino, plagado de violencia y miedo, regresa a sus raíces. El gélido
invierno nos los muestra ya anciano, habiendo superado todo, y reiniciando el
ciclo, cuando se nos ha mostrado una de las figuras clave, la misteriosa mujer embarazada
que aparece en momento significativo. Nunca vemos su rostro, incluso cuando el
monje lo descubre, la cámara se aleja para impedimos su visión. La fémina es el
canal natural para que la vida se inicie nuevamente, su presencia es casi
testimonial, su papel se reduce a ello, dejando espacio para la historia que el
director nos quiere mostrar. Correcto el recurso utilizado para ilustrara el
crecimiento: todo es cíclico, todo, la vida, el crecimiento, las estaciones del
año, nadie es ajeno a ese sobrehumano devenir, y La fuerza expresiva propia y
característica de cada estación enmarca cada estadio vital, es correcto pues
potencia cada momento vital, primavera y aprendizaje, caluroso verano y sexo,
tibio otoño y madurez, gélido invierno, dirección final de la vida.
La
reflexión es que el mundo contamina, el joven por decisión propia, y -quizás no
erróneamente señalado- llevado por el karma que él mismo acarreó en la
infancia, sufre esa contaminación, para volver asustado a la tranquilidad del
templo. El deseo sexual conlleva a querer poseer, la naturaleza humana
necesariamente llevará a esa a niveles destructivos, a violencia, y en algunos
casos, a la muerte. Una visión un tanto pesimista, pero válida la que nos
ofrece el asiático cineasta. Muy simbolista su cine, por cierto, las puertas en
medio de la nada, la mujer con el rostro cubierto, las aguas como medio que
separa todo. Interesante por cierto que en la edad definitiva, la senectud, en
el invierno, las aguas han dejado de ser tal, el aislamiento propiamente del
mundo externo ha desaparecido, como si ambos mundos por fin se hubiesen
fundido, y en ese momento clave, el monje toma la decisión, regresa a la
tranquilidad del templo, y a continuar con el cíclico proceso vital. Kim Ki-Du
tiene orígenes en la pintura, y se nota eso en sus encuadres, sobre todo en la
composición, integrando elementos fuertemente expresivos de cada estación, el
trabajo de fotografía es bueno; asimismo se aprecian unos cambios o pasos de
plano a plano agradables, mesurados, que contribuyen al ritmo que roza
peligrosamente con lo cansino del filme. Agradable cinta, a la que no veo en la
línea de una obra maestra, la veo en la línea de ser una cinta apreciable,
invita a conocer más de su creador.
Título original: Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom.
Director: Kim Ki-duk.
Intérpretes: Oh
Yeong-su, Kim
Ki-duk, Kim
Jung-yeong, Seo
Jae-gyeong, Kim
Yeong-min, Ha
Yeo-jin, Ji
Dae-han.
Trailer:
Escena:
B.S.O.:
Reseña escrita por Edgar Mauricio
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