A la hora de
hablar de cine de temática demoníaca, irremediablemente, los primeros títulos
que nos vienen a la mente son los de las recurrentes "La semilla del diablo (1968)" de Roman Polanski, "El exorcista (1973)" de William Friedklin o "La profecía (1976)" de Richard Donner. Sin embargo, para los amantes
de las rarezas más escondidas del apasionante género de terror, una de las
piezas más sobresalientes que han tenido a las sectas satánicas como tema
central vendría a ser "La novia del diablo
(1968)". La mítica compañía británica Hammer, especializada en género
fantástico, no únicamente se nutrió de personales versiones de los míticos
monstruos de la Universal y ésta es una perfecta muestra de ello. El encargado
de trasladar a la pantalla la novela ocultista homónima de Dennis Wheatley,
publicada en 1934, fue Terence Fisher, todo un veterano de la casa que ya había
entregado éxitos del calibre de "La
maldición de Frankenstein (1957)" o "Drácula
(1958)". Con ésta última, Christopher Lee logró su mayor momento de
popularidad, repitiendo personaje en diferentes secuelas bajo las órdenes de
Fisher, pero siempre he tenido predilección por la elegante y magnífica
encarnación del Duque de Richleau en "La
novia del diablo". La historia
arranca cuando Richleau y Rex (Leon Greene), preocupados por la ausencia de su
amigo Simon (Patrick Mower) en una reunión anual, se presentan en la mansión de
éste último, encontrando una misteriosa reunión de personas que se
autodenominan una “asociación astrológica”.
Diferentes señales hacen que el
duque se percate de las verdaderas circunstancias: Simon forma parte de la
preparación de un peligroso rito satánico, víctima de la hipnosis con la que el
líder Mocata (magnífico Charles Gray) anula su voluntad. Desde ese momento, los
protagonistas deberán mantener la cabeza fría y dejar a un lado los
escepticismos si quieren arruinar los planes de la secta y salvar a la bella
Tanith (Nike Arrighi) de ser sacrificada como ofrenda al diablo. La película
tiene todos los ingredientes que luego hemos visto explotados hasta la saciedad
en multitud de títulos: rituales de misas negras, manifestaciones del demonio
en las más variadas formas y mucha simbología ocultista. Estrenada el mismo año
que "La semilla del diablo", la cinta
de Fisher sorprende por el detallismo y el rigor con el que se trata tan
espinoso tema, sin perder, eso sí, un ápice de validez como obra fantástica y
de entretenimiento, con sus inevitables pequeñas dosis de romance.
Como muestra
tenemos el dilatado y muy sugestivo clímax final en donde los protagonistas se
enfrentan a las fuerzas del mal desde el interior de un círculo protector
pintado en el suelo. Pese a que los efectos especiales pueden resultar un tanto
ingenuos a los ojos del público actual, la puesta en escena sigue deslumbrando por
su elegante sencillez, con una preciosa fotografía de Arthur Grant y una dirección
artística que reproduce efectivamente las siniestras ceremonias paganas. Estamos,
por lo tanto, ante una obra que ha sido
muy reivindicada con los años, hasta el punto de convertirse en un título de
culto que ha servido de referente para obras tan destacadas como "El día de la bestia (1995)" de Alex de la
Iglesia –que contenía un explícito homenaje en la escena de la cabra– o "The Lords of Salem (2012)" de Rob Zombie. El
tiempo ha ejercido de justiciero con "La
novia del diablo", por lo que cada vez es más habitual encontrarla, muy
merecidamente, en cualquier lista de las mejores películas de terror de la
Historia.
Título original: The
Devil Rides Out.
Director: Terence Fisher.
Intérpretes: Christopher Lee, Charles Gray, Nike
Arrighi, Leon Greene, Patrick Mower, Gwen Frangcon Davies, Sarah Lawson, Paul
Eddington, Rosalyn Landor, Russell Waters.
Trailer:
Escena:
Información complementaria:
Reseña escrita por Jose Martín
Autor del blog: El pozo de las películas perdidas
Redactor del blog: El antepenúltimo mohicano
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