"En 1919,
Charles Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanks y D.W. Griffith, quizás
cuatro de las personas más famosas sobre la tierra, fundaron su propio estudio:
United Artists. Hollywood no había visto nada igual. Una compañía de cine que
iba a ser dirigida por el talento. Pero en el invierno de 1979, dos jóvenes
ejecutivos, desesperados por producir películas que les proporcionasen los
premios de la academia, decidieron hacer el film que destruiría la compañía...". Es el comienzo de "Final
Cut: The making and unmaking Heaven’s gate (2004)" de Michael
Epstein. Magnífico documental de 55 minutos, narrado por
Willem Dafoe, que repasa los avatares y complejidades alrededor de este
majestuoso film, punto de inflexión en la implacable caída en desgracia del
realizador Michael Cimino, juzgado, condenado, y declarado culpable, sin
redención posible, del hundimiento de la major de Hollywood. United
Artists fue vendida en 1981 por su propietaria, Transamerica Corporation
(conglomerado empresarial dedicado principalmente a seguros e inversiones, que
la había adquirido en 1967), a Metro Goldwyn Mayer. Ambas fueron
reconvertidas (bajo las siglas MGM/UA) en distribuidoras de su inmenso catálogo
durante años (surtiendo televisiones de pago, como la del magnate Ted Turner, Turner
Classics Movies). En noviembre de 2006 Tom Cruise y su socia, la productora
Paula Wagner, promovieron la resurrección, con el nombre de United Artists
Entertainment LLC. El paso del tiempo ha demostrado que la venta de United
Artists fue más una cuestión de imagen y estrategia empresarial que una
colosal ruina en sí, pues el Holding Transamerica Corporation, podía
afrontar sin problemas las pérdidas económicas derivadas de la película.
Michael
Cimino había comenzado su carrera en el mundo del cine como guionista, firmando
los libretos de "Naves Misteriosas (1972)" de
Douglas Trumbull y "Harry el Fuerte (1973)" de Ted
Post. Probablemente, debido a su trabajo en esta última (firmado junto al
guionista y también futuro realizador, John Milius), Clint Eastwood le produjo
su debut en la dirección, la excelente "Un Botín de 500.000 dólares (1974)", perfecto vehículo de lucimiento
para Eastwood actor y para su compañero de reparto Jeff Bridges (por cuya
interpretación recibió una nominación al Óscar de la academia como mejor actor
secundario). Cimino cosechó un enorme éxito de público y crítica con su
siguiente film, "El Cazador (1978)". Constituye una
reposada, compleja y nada complaciente mirada a la juventud estadounidense de
entonces y particularmente a la influencia en las vidas de los desencantados
protagonistas de un conflicto tan contradictorio y anti-heroico, como la
impopular guerra de Vietnam. Un filme muy equilibrado con ecos de la prosa
nostálgica de los novelistas de la llamada generación perdida (la de autores
tan ilustres como Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald), que prevalece como una
de las grandes películas del cine americano de entonces. Cimino recibió de
manos de Francis Ford Coppola la estatuilla al mejor director y de las de John
Wayne, el oscar a la mejor película del año 1979. La industria del cine estaba
rendida incondicionalmente a sus pies.
Para
su siguiente trabajo, el laureado realizador llega a un acuerdo con United
Artists para la realización de un guión escrito por aquél desde 1971
denominado entonces "The Johnson’s county War", inspirado en un suceso
real acontecido en el estado de Wyoming en 1892, donde los todopoderosos
caciques y tratantes de ganado, emprendieron una lucha sin cuartel para
expulsar de sus tierras a emigrantes venidos desde Centro-Europa y Rusia, en
busca de la tierra prometida. Cimino recibió un “cheque en blanco” por parte de
la productora y suscribió uno de los contratos más blindados y ventajosos para
un director de cine hasta ese momento, que le permitió contar su particular visión
del hecho histórico, enquistado en la cultura popular americana, a su entero
capricho. Significó un control total sobre las decisiones de producción, así
como sobre el montaje final. United Artists sufría un profundo cambio en
la cúpula directiva, pues, a consecuencia de una prolongada disputa salarial,
muchos ejecutivos de la compañía la abandonaron para formar Orion Pictures,
al auspicio de la todo poderosa Warner, con distribución de Metro
Goldwin Mayer. Los nuevos ejecutivos necesitaban producir grandes películas
para afincarse en sus cargos. Para ello fichaban jóvenes cineastas con talento.
Cimino, sin duda uno de los cineastas del momento, traía un guión que él mismo
definía como "Grandes esperanzas a la americana", pero que la 20th
Century Fox había rechazado, calificándolo como "... un trabajo
insatisfactorio, carente de ritmo y humor, oscuro y oblícuo...".
Existe
muchísima literatura acerca de la arrogancia de Cimino a la hora de gastar y
triplicar el presupuesto inicial, a la hora de repetir una y otra vez las
tomas, incluso las más sencillas, respecto a cómo se empeñó en vestir casi
personalmente a todos y cada uno de los extras (más de 1200), el maltrato a
éstos, que sufrían accidentes por doquier, provocando su deserción y el
consiguiente retraso en el rodaje, sobre cómo ordenó la demolición de los
edificios construidos en una calle del set levantado en el Glacier
National Park de Montana, porque necesitaba una mayor amplitud para los
movimientos de cámara que tenía en mente... Todo era poco en esa neurótica
búsqueda hacia la perfección que subyace en la realización de la película. El
Ayatolá Cimino, apodo recibido por el equipo de producción, se retrasó
considerablemente en el calendario de rodaje (causando unos gastos adicionales
diarios de 200.000 dólares), tanto, que a punto estuvo de perder el derecho
sobre el montaje final. Se dejaron de filmar otros proyectos de la compañía que
tenían luz verde, para insuflar presupuesto adicional, a lo que era ya un
despropósito financiero. Todo parecía poco para "La Puerta del Cielo". Los
productores cedieron, pensando que sería imposible que otro director acabase la
película. Cedieron, en la idea de que tendrían una obra maestra en sus manos
que compensaría todos los sinsabores de rodaje y la petulancia del director.
Una
vez concluyó el rodaje, el realizador se encerró en la sala de montaje y
contrató un guardia de seguridad para que impidiera que nadie, ni siquiera los
productores, interfirieran en su labor. Tras múltiples quebraderos de cabeza
(sobre todo para los productores) y un presupuesto final de alrededor de 40
millones de dólares de entonces (sobre uno inicial de 11.6 millones), y entre
220 y 500 horas (según la fuente), de metraje filmados, Cimino presentó en
Nueva York, el 18 de noviembre de 1980 un montaje de 219 minutos (en reducción
del inicial de 325 minutos por exigencias de los productores), que fue ignorado
por el público y recibió demoledoras reseñas por parte de la crítica
especializada. Se
retiró la película, cancelando los estrenos por todo el país. Cimino se volvió
a encerrar en la sala de montaje y de ahí salió una versión de unos 149 minutos
que se estrenó el 23 de abril de 1981, en la Exposición Internacional de Cine
de Los Ángeles. Abucheos y críticas implacables volvieron a liderar la
recepción de la película.
El
New york Times abrió la veda publicando la opinión del crítico Vincent
Canby: "La puerta del cielo fracasa tan completamente, que uno sospecha que
Cimino vendió su alma al diablo para conseguir el éxito de El Cazador, y ahora
el diablo ha venido a cobrarse la deuda... la puerta del cielo en un desastre
incalificable". Canby afirma en su crítica, que Cimino debería devolver sus
oscars, y que contó en el rodaje con un presupuesto de 50.000 dólares
para cocaína. Este último aspecto ha sido desmentido categóricamente por el
realizador.Por
su parte el carismático y agudo crítico de Chicago, Roger Ebert, escribió: " ...Si la película carecía de forma con cuatro horas, resulta insípida con
140 minutos. En cualquiera de sus longitudes está fotografiada y montada con
tanta incompetencia que hay veces en las que ni siquiera estamos seguros de qué
personajes estamos viendo...", "... esta película representa cómo tirar
36 millones de dólares por la ventana. Es el más escandaloso desperdicio de
cine que he visto nunca...".
En
nuestro país, el periodista y director de la Semana Internacional de Cine de
Valladolid, Fernando, Lara escribió para La Calle, en octubre de 1981,
que la película "... falla estrepitosamente por sus cuatro costados, desde
un guión que nunca se centra en lo que quiere decir hasta una realización
incapaz de ocultar su torpeza, pasando por unos majestuosos baches narrativos y
una descompensación entre los medios utilizados y aquello que se pretendía
contar...". Continúa Lara: "... Cimino, uno de los “niños bonitos” del
Hollywood de hoy, ensoberbecido por el éxito de su odisea El Cazador, ha
seguido para mal, aquello que dijo Orson Welles de que había entrado en los
estudios como un crío al que le han dejado un montón de juguetes que ni
siquiera sabe manejar... la diferencia es que a Welles le salió Ciudadano Kane
y a Cimino algo tan superfallido como La Puerta del Cielo...".
Carlos
Aguilar en su Guía del cine (Ediciones Cátedra, 1995), afirma: "El tercer
largometraje de Cimino, célebre por la hecatombe económica que precipitó sobre
sus productores. Puede entenderse: el exceso de medios no basta para disipar el
cúmulo de errores que comete el film al intentar aunar en un “western”
crepuscular, la revisión histórica, la baza social y la autocontemplación
esteticista" .Por
su parte Juan Tejero en su libro ¡Este Rodaje es la guerra! (T&B
editores, 2003), dispone "... lo que hace todo más triste son los
ocasionales destellos de brillantez que sugieren que, en algún lugar de este
indigesto material, había una buena película luchando por tomar forma...".
Sentencia Tejero: “... el abreviado montaje final de la puerta del cielo
confirma que, en realidad, los árboles nunca le dejaron ver el bosque. Y no fue
hasta que hubo podado todos esos árboles cuando descubrió que no había ningún
bosque en absoluto. Nunca lo había habido”.
El inmediato y estrepitoso fracaso
de la película (1.300.000 dólares de recaudación el primer fin de semana, y
alrededor de 3.500.000 dólares en toda su andadura comercial, sobre un coste
final inconfesado, incluyendo gastos de promoción y distribución, de más de
cien millones), acabó con la carrera del recién nombrado presidente de la United
Artists, Andy Albeck, quien dimitió resignado, y con la del jefe de
producción Steven Bach, que fue despedido, junto a otros cuatro ejecutivos de
la compañía. Bach
escribió el libro "Final Cut, Art, money and ego in the making of Heaven´s
gate" .La guinda del pastel, vino dada por unas declaraciones del propio
Cimino, totalmente desafortunadas. El realizador afirmó. “... un amigo me
dijo que hicimos la película para la generación errónea... Una vez fuimos un
país que valoraba la habilidad y el individualismo. Creo que estamos en el
proceso gradual de perder la importancia que dábamos a esas cualidades”.
Tales declaraciones que hacen pensar que probablemente Cimino habría hecho una
aproximación muy personal a la novela El Manantial de Ayn Rand, todo un
canto al individualismo y la integridad, frente a la mediocridad colectiva que,
se supone, sería su siguiente proyecto para United Artists.
La
estrategia de la industria ante el desastre fue diáfana y contundente: cerrar
filas en torno al megalómano realizador. Como quiera que Michael Cimino tuvo el
control total de la producción, la culpa del debacle era por completo suya, y
de su arrogancia. Cimino, según los productores, había olvidado que la
finalidad del cine de Hollywood era entretener y ser rentable. Este
fracaso, unido al estrepitoso del año siguiente, el de Francis Ford Coppola con
su película-empeño personal, la excelente "Corazonada (1982)", que acabó con el sueño de su estudio alternativo Zoetrope,
supusieron las excusas perfectas para rediseñar la manera de hacer cine en la
industria. Lejos, bien lejos, quedaba la megalomanía de los realizadores del
denominado new Hollywood, ese cine surgido a finales de los 60, cuyo
origen muchos teóricos del cine lo sitúan en "Bonnie & Clyde (1967)", de Arthur Penn, que eclosionó en los 70 (con la generación de Spielberg,
Coppola, De Palma, o Scorsese), que combina el tono marcadamente intelectual,
con el espectáculo y entretenimiento y que, al responder la taquilla, otorgó a
los realizadores, el control total sobre los productos. El control sobre
las decisiones y el resultado final, volvía irremisiblemente a los ejecutivos
de los estudios, como antaño, en los tiempos de Louis B. Mayer. La diferencia,
sin embargo era notoria. Meyer o Irving Thalberg, eran hombres de cine,
mientras que en los 80, las productoras llevaban años en manos de conglomerados
empresariales cuyos ejecutivos no tenían la más remota idea del proceso de
hacer cine. Es el modelo que prevalece en la actualidad.
Se
coloca a Michael Cimino en la inconfesable lista negra, la que le cierra todas
las puertas del negocio del cine para futuros proyectos. Se le otorga el premio
Razzie al peor director de 1982 y su carrera es lanzada a la deriva del
ostracismo, salvada ocasionalmente por algún productor avispado como Dino de
Laurentiis, quien le produciría largometrajes magníficos como "Manhattan Sur (1984)" y "37 horas desesperadas (1990)", que el director afrontó con encomiable
oficio. Será ese hermoso poema visual titulado "Sunchaser (1996)" su
último trabajo tras las cámaras, sin contar su participación en el filme
colectivo "A cada uno su cine (2007)", donde
se recopilan 35 cortometrajes, dirigidos por realizadores como Theo
Angelopoulos, Chen Kaige, Olivier Assayas, los Hermanos Cohen o Manoel de
Oliveira, con ocasión al 60 aniversario del Festival de Cannes. Cimino continúa
en la actualidad hablando de cine con su entusiasmo casi intacto. Ha continuado
escribiendo guiones y planificando películas (tiene escrito un libreto en el
dialecto Sioux, con el que pretende, nada menos, que la reconciliación
de América con la nación india), pero nadie toca a su puerta. Michael Cimino
estaba convencido que "La Puerta del Cielo" le daría su lugar en la
historia del cine... tenía razón.
Analizando
esta obra, más de 30 años después, en su versión íntegra (que pudimos ver en
España por vez primera gracias a un cuidado pase en TVE, en los tiempos en los
que su directora era la realizadora Pilar Miró), quizá sea momento de ir al
valor de la obra en sí, pues el tiempo coloca todo en su preciso lugar. Las
críticas sufridas por la película en su momento, algunas de las cuales hemos
citado más arriba, se centraron prácticamente en la arrogancia del gasto, en la
prepotencia del realizador y en cierto anecdotario “rosa” del rodaje. Tales
circunstancias, sin duda, nublaron el buen juicio. Tal vez, parafraseando a
Juan Tejera en su excelente libro, los árboles no dejaron a los críticos ver el
bosque. Durante
el visionado de esta compleja película, es inevitable pensar en que era
imposible que este western claramente “de izquierdas”, filmado, además,
en unos tiempos donde el género no gozaba del favor del público, pudiese
triunfar en la taquilla. Es un western rebelde, que trata de sacudir
conciencias, que navega a contracorriente, contra el poder establecido.
"La
puerta del cielo" narra con énfasis la guerra emprendida por la acaudalada y
todopoderosa Asociación de Criadores de Ganado, liderados por Frank
Canton (Sam Waterston), contra unos humildes granjeros rusos, alemanes y
eslavos, que han viajado a América para tratar de obtener su “pedazo” del sueño
americano, a quienes consideran “Emigrantes que se hacen pasar por
granjeros. Ladrones y anarquistas que explotan nuestros campos”. Apoyados
por el Gobernador del Estado de Wyoming, el Senado, el Congreso y por el mismo
Presidente de EEUU, la Asociación posee una lista de 125 nombres de personas a
exterminar. La película convierte a la “respetable” Asociación de ganaderos, en
un grupo de asesinos, amparado por altas personalidades de la política y
estamentos sociales del país. Cuando la Caballería irrumpe en el enfrentamiento
final (que van ganando los emigrantes) y acude al rescate, enarbolando una
enorme bandera americana, lo hace para proteger a los villanos de la función.
Canton había dicho en su primera secuencia, ante los integrantes de la
Asociación “si fracasamos, fracasará la bandera de los EEUU”. En los
instantes que preceden la irrupción de los soldados, hemos visto a las mujeres
y niños armados y en lucha por una vida mejor, en un enfrentamiento que no
buscaron, muriendo acribilladas salvajemente. Asesinos precisos y bien
entrenados y bien pagados, contra famélicos e inexpertos campesinos emigrantes,
en los que se ceba la crueldad y la desgracia.
Cimino destroza los cánones del western
clásico en la narración de enfrentamientos hasta entonces arquetípicos. Toda
una carga de profundidad dentro del propio sistema, que acabó estallando ante
el propio creador. La culpa del fiasco, debe de ser sin duda, compartida con
los productores, obnubilados por los oscars amasados por la anterior
película del guionista y realizador. Es
evidente que Cimino dio todo lo que era capaz en esta película, culto excesivo
a la búsqueda de la perfección. Narrada con la ambición de quien pretende estar
narrando la película definitiva, es
una mezcla de western crepuscular y epopeya histórica, con un triangulo
amoroso, como concesión a la comercialidad, pero triunfa como retrato del
sufrimiento humano y del desencanto de las causas perdidas, ante el triunfo de
la impunidad legal. Los personajes principales están bien delimitados. El Marshall
James Averill (inexpresivo pero carismático Kris Kristoferson), estudiante de
Yale, un hombre idealista, íntegro y justo, prototipo de Aristócrata que
traiciona a los suyos (así se lo reprochará Canton), luchando a favor de la
plebe desfavorecida contra el intolerante establishment.
El mercenario
Nathan D. Champion (Christopher Walken, un tanto inadaptado en pantalla, como su
personaje), asesino de emigrantes, que encontrará su integridad perdida al
saber que el amor de su vida, la prostituta Ella Watson (Isabelle Huppert) está
en la lista de la Asociación por aceptar en su burdel cabezas de ganado robadas
a los todopoderosos ganaderos. El bloque central (tras el enorme prólogo en
Yale, en 1870), transcurre en 1892, los días del asalto del Condado de Johnson,
en los alrededores de la ciudad de Casper, en el estado de Wyoming, por parte
de la Asociación y sus asesinos. La versión de 219 minutos comprende un epílogo
que transcurre en un Yate en Newport, Rhode Island, donde Averill reflexiona
sobre los hechos acontecidos. Cimino
se toma su tiempo entre bellísimos paisajes del cielo y la inmensa llanura (en
estupendas localizaciones repartidas entre Montana, Idaho, Oxford y Rhode
Island), bailes sobre patines, o el bellísimo baile de James y Ella en
solitario, entre solemnes cabalgadas, románticos paseos en carruaje, secuencias
íntimas de pareja, polémicas asambleas y la batalla épica final. Concede
atractivos diálogos para actores como John Hurt, Jeff Bridges, Terry O´Quinn,
Geoffrey Lewis, Mickey Rourke o Brad Dourif, que enriquecen cada plano en el
que intervienen. La predilección del realizador pasa por secuencias largas, por
el gusto por introducir multitudes en el plano, mostrando un absoluto dominio
del espacio y del encuadre, por ciertas citas pictóricas (no es difícil
reconocer en la secuencia donde Ella se baña en un riachuelo, los famosos
cuadros de las bañistas de Renoir), sin terminar de encontrar siempre un tono
equilibrado, que sí estaba en las tres horas de "El Cazador (1979)".
La
película posee una bellísima banda sonora, a cargo del joven David Mansfield,
que cuenta con un pequeño papel en la película (el violinista sobre patines que
abre el baile en el local Heaven’s gate), inseparable a la filmografía
de Cimino. La música, que utiliza en muchos pasajes la balalaika,
instrumento de cuerda empleado por Maurice Jarre para "Doctor Zhivago (1965)", de David Lean, está maravillosamente integrada en la trama, casi a
modo de musical clásico. Destaca el empleo trágico del hermoso Vals Danubio
Azul, de Johann Strauss, al que se recurre en diferentes tempos
durante la cinta. El realizador cuenta en ese apartado con la ayuda inestimable
de músicos como T-Bone Burnett, con el que consigue un fascinante uso de
cierta música tradicional que luce en todo su esplendor en la sensacional
secuencia del baile-patinaje. Esta
hermosa película cuenta igualmente con una magnífica fotografía, muy criticada
en su momento (Ebert fue demoledor al respecto), obra del Húngaro Vilmos
Zsigmond, unos de los grandes operadores de Hollywood, que retrata
magistralmente la épica del sufrimiento, con esos apropiados tonos sepia, que
lo invaden todo, junto al polvo y tierra, es decir, aquello por lo que se lucha
en la película.
La
obra, pese a todos sus límites, defectos e irregularidades, es definitivamente
apasionante, en su versión de 219 minutos. El remontaje de 140 minutos, que
reordena escenas, añade confusión, y resta sutileza con una inapropiada voz en
off del protagonista, no hace justicia a la solemnidad y belleza que su
realizador quiere expresar. El metraje completo es una obra muy bien pensada,
que rebosa poética y lirismo, rodada con sensibilidad y elegancia, con un uso
dramático del paisaje (un poco a la manera de Anthony Mann), en el que son
perceptibles los ecos del cine de Sergei M. Eisenstein, en el tratamiento
trágico de la desclasada población emigrante. Un buen ejemplo de esa influencia
es la secuencia de la mujer eslava, una de las prostitutas de Ella, que ha
tenido que matar a su esposo, retorcido por el dolor (un carro ha pasado
repetidamente sobre sus piernas), se coloca una pistola en la boca y se pega un
tiro, al ver a la Caballería con la bandera norteamericana ondeante socorriendo
a los asesinos de la Asociación. El brazo fuerte de la ley ayuda al poderoso.
No hay cabida para la “insoportable levedad” del sueño americano. No existen
imágenes muy diferentes en "El Acorazado Potemkin (1925)" de
Eisestein.
Otra
secuencia magnífica es la primera aparición de Nathan D. Champion, mercenario
inicialmente al servicio de la Asociación de ganaderos. Champion irrumpe
furtivamente en la granja de los Kovach, una familia de emigrantes que han
robado una cabeza de ganado. La silueta de Champion se vislumbra tras una
sábana de tela tendida para ocultar el destripamiento del animal. Empuña un
fusil. Dispara a través de la tela y mata a Kovach. La cámara enfoca a Champion
a través de la tela desgarrada. Tras la llegada de la esposa gritando a asistir
a su esposo moribundo, vemos al mercenario darse la vuelta e irse, a través del
mismo agujero de la sábana destrozada por su disparo. Es
imposible permanecer impasible ante la solemnidad y belleza de las imágenes de
esta incomprendida obra de arte, aunque reivindicada actualmente, en parte
gracias a flamantes ediciones en formato doméstico, en EEUU e Inglaterra, que
respetan y enaltecen la visión de su realizador. Un apasionante fresco
histórico, monumento a la ambición y la arrogancia, sin duda, pero que
permanece como un canto a la personalidad del director de cine (para lo bueno y
para lo malo) y se erige en una de las obras imprescindibles del séptimo arte.
Frases para recordar:
"-Esto es
propiedad privada. Podríamos dispararle legalmente.
-Legalmente,
bastardos, tienen derecho a proteger su propiedad, pero, a menos que tengan una
orden judicial por cada nombre de esa lista, ¡permanezcan fuera de mi condado!
-Usted estorba
cualquier esfuerzo para proteger nuestra propiedad y la de los miembros de su
propia clase.
-Usted no es de
mi clase, Canton y nunca lo será. Primero tendría que morir y volver a nacer."
"... Este ya no
es un país de pobres...".
"-Empieza a
ser peligroso ser pobre en este país ¿verdad?
-Siempre lo
fue".
"¿Sabes lo menos
que me gusta de ti, Jim? Eres un hombre rico, tienes un buen nombre... sólo
finges ser pobre."
"¡Se
oponen... a... a cualquiera que se asiente y mejore las cosas en este país!
O al que
intente hacer algo más que pastos de ganado... para... para los especuladores
del este. ¡Ellos instauraron la idea de que los pobres no tienen nada que decir
sobre los asuntos de este país!".
Frase de Michael Cimino para la revista Sofilm en el número nº3 julio/agosto 2.013:
"El
ritmo de la película es lo más importante y eso se implanta desde el principio.
Cuando uno escribe, no deja nunca de dirigir, y cuando dirige ha de estar
totalmente implicado. En La puerta del cielo, no necesitaba ni mirar el guión,
sabía lo que estaba haciendo con todo detalle."
Título original: Heaven´s gate.
Director: Michael Cimino.
Intérpretes: Kris Kristofferson, Isabelle Huppert, Christopher Walken, Jeff Bridge, John Hurt.
Trailer:
Escena:
B.S.O.:
Información complementaria:
Reseña escrita por Manuel García de Mesa
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