Plano picado sobre un viejo árbol cuyas ramas se alargan secas, deshojadas, en formas caprichosas, un tanto siniestras. El sonido natural del viento que arrastra el polvo, normalmente aposentado, se mezcla con el cántico fúnebre que seis indios de la nación Apache entonan al pie del árbol, alrededor de un paisano muerto. La cámara desciende en plano grúa, colocando a la altura de los hombres entregados al rito funerario. Al fondo aparece un hombre blanco a caballo. Un muy suave zoom lo integra rápidamente en el plano, al fondo del mismo, sin ser visto por los indios. Plano en picado del hombre blanco, a su espalda, mientras apunta a los pieles rojas con su rifle. Sin titubeo, descarga siete disparos, siete balas, mientras el viento silba, en macabra armonía con la muerte que escupe el fusil de repetición sobre los Apaches abatidos y un plano de los casquillos de las balas, sobre la tierra roja de Arizona. Con los créditos iniciales, entre la música de Jerry Goldsmith, entre el sutil y solemne, solapándose suavemente sobre el sonido natural. El hombre blanco es el Comandante Lassiter (excelente composición de Richard Boone, protagonista casi absoluto), militar de carrera, desencantado por haber combatido al lado de la Confederación derrotada hace dos años, y poseído por una furia desatada e incontrolada, desde que su mujer e hija fueron torturadas, violadas y asesinadas por los Apaches. Lassiter, convertido en un verdugo sanguinario, ha consagrado su vida a aniquilar sádica e implacablemente a los miembros de la tribu india, culpables de su desgracia. Es un hombre vacío, sin alma, donde sólo hay odio y prejuicios...un muerto en vida que solo encuentra consuelo con el alcohol y en la muerte que ejecuta de modo impetuoso...un fantasma que, entre la matanza y matanza, regresa a las ruinas de lo que un día fue su hogar familiar.
El rifle con el que el Lassiter ha abatido a los Apaches, es parte de un partida de 2.000 fusiles que el Capitan Haven (correcto Stuart Withman) ha perdido meses atrás, víctima de una emboscada por parte de un grupo de hombres blancos más o menos organizados, liderados por el renegado Theron Pardee (excelente Edmon O´Brien). Al Gobierno de los EEUU preocupa que acaben en manos de los indios. Como si se tratase de un comando a punto de realizar un hazaña bélica tan de moda en el cine de entonces, Haven, el sargento Franklyn (el ex futbolista Jim Brown, toda una estrella en años venideros), Lassiter y el oportunista Rodriguez ( un histriónico Tony Franciosa, aunque con un excelente uso del español intercalado en sus líneas de inglés), formarán un heterodoxo grupo que se adentrará en México, provistos de un carromato cargado de barriles de pólvora, en la suicida misión de tratar de encontrar las armas sustraídas (misión de la cual Haven ha hecho una cuestión de honor y de redención personal) y recuperarlas o, en caso contrario, destruirlas.Cuatro personajes muy bien descritos y perfectamente delimitados desde el guión, obra de dos excelentes guionistas, Joseph Landon y Clair Huffaker, según la novela de éste último. Landon comenzó su andadura escribiendo programas en los albores de la televisión estadounidense y fue autor de libretos para el cine de "La ley del hampa (1960)" de Budd Boetticher, excelente film noir de un experto en western, "El Coronel Von Ryan (1965)" de Mark Robson, un correcto film de hazañas bélicas, o "Hacia los grandes horizontes (1966)", también de Gordon Douglas, entretenidísimo pero definitivamente innecesario remake del clásico de John Ford. Clair Huffaker, por su parte, también escribió episodios de series de televisión en sus inicios, entre ellas "Bonanza (1959-1973)", fue novelista y por supuesto guionista de cine, experto en westerns.
Un caso insólito el de Huffaker, por haber participado en todas las adaptaciones de sus obras para el cine, como este sensacional "Río Conchos", pero también en "La estrella de fuego (1960)", "Los justicieros del Infierno (1961)" o "Ataque al carro blindado (1967)". Huffaker también elaboró los guiones originales de "Los Comancheros (1961)", que comparte con "Río Conchos" no poca estructura narrativa y el co-protagonismo de Stuart Withman, "Los 100 rifles (1969)", western blaxploitation al servicio de Jim Brown o "La quebrada del diablo (1971)", otro western de misión suicida. El núcleo central de relato conducido por Gordon Douglas (autor de 17 western a lo largo de 40 años de profesión) particularmente inspirado, constituye un itinerario geográfico, pero también emocional, donde no sólo conoceremos a los personajes, sino que veremos su evolución, sobre todo la de Lassiter, quien encontrará una razón para vivir tras el convencimiento de que hace lo correcto. Ello le llevará a tener que acabar con Rodriguez, quien paradójicamente, entró en el grupo como condición impuesta por el confederado, como su "hombre de confianza", pero no termina de integrarse en la misión, pues, como le reprochará Lassiter, nunca ha hecho nada por nadie que no sea Rodriguez. El itinerario también suavizará el odio racial del personaje principal, cuyo "blanco" en el grupo es Franklyn, a quien define como "el negro del capitán". Ese odio se irá traduciendo a lo largo del film, en respecto, gracias a la sensatez, sentido común y comprensión de que hace gala el soldado de color. También ese odio visceral contra los indios, al estilo Ethan Edwards que tan bien entendió John Wayne en la mítica "Centauros del desierto (1956)", se irá matizando, sobre todo al entrar en escena la joven india (Wende Wagner, actriz relegada en seguida a televisión, en su debút cinematográfico), quien recoge a un niño blanco, en una cuna, indefenso, al pie del cuerpo sin vida de su madre, asesinada en un hogar hecho a pedazos, tal y como le ocurrió a la mujer e hija de Lassiter.
Pero el odio de éste, simplemente se suaviza, permanece latente. esperando la motivación propicia para rebrotar, como si de una esquizofrenia se tratase. La joven Apache evolucionará también de un modo notorio. En un principio, ante el despótico trato de Lassiter, quien la amenaza, no con violarla o matarla, pero aún, con contarle la nariz con un cuchillo para que su gente sepa que ha estado con un hombre blanco y la repudien. La joven se muestra, como no puede ser de otro modo, despectiva e incomunicativa. Cuando Haven, traducido por Rodriguez, le cuenta a aquélla, afligida por el dolor por la muerte del niño en sus brazos, la importancia de que ningún niño blanco o indio, muera víctima de la violencia que desatará entre los pueblos del destino del cargamento de los rifles robados, decidirá ayudarles y conducirles hasta el lugar de entrega de armas, el lugar donde los suyos recibirán la "gran medicina". Haven y Franklyn son los soldados de una pieza, al inquebrantable servicio del deber, sin torcerse de su camino. Son héroes sin fisuras, a quienes Lassiter define diciendo que quieren "llegar a General"- El primero está algo torturado por haber perdido el cargamento de armas que van a sabotear. El segundo hace gala de una comprensión fuera de los común. Rodriguez, por su parte, es fiel a sí mismo y a su "empresa" particular, que pasa por seducir a cuentas más mujeres mejor y traicionar a los soldados, con los que se comporta de modo bastante falso, así como vender el cargamento pólvora al mejor postor.
La traición, el hedonismo y el egocentrismo son sus inmediatos patrones de conducta. Su desgracia, es la evolución del personaje de Lassiter, por quien siente cierta simpatía y respeto. El lugar de confluencia de las armas, el asentamiento al que se llega bordeando el Río Conchos del título, es la nueva sede, un pálido reflejo, de lo que en su día fue La Confederación. La confluencia de los personajes en el lugar, al último tercio de la película, coloca la narración muy cerca de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad, el segundo y más famoso de los libros de Marlow, donde, a finales del siglo XIX, el marinero experimentado, empleado de una compañía británica de exportaciones, recorría el río Congo para relevar a otro empleado de la Compañía, el señor Kurtz, al mando de una explotación de marfil, que había enloquecido y desobedecido todas las órdenes. Lassiter es conducido al campamento, en el momento en que se está realizando la lectura de una Sentencia que condena al prisionero a la pena de muerte tras la celebración de un Consejo de Guerra, acorde a las leyes de la Confederación, sentencia que se ejecuta en el acto. Pardee observa desde el porche de una mansión al estilo colonial sureña, a medio construir, desde donde domina visualmente todo el campamento. Asoma en ese momento la estupenda idea del resurgimiento de la Confederación, en medio de Chihuahua en lugar de Louisiana, y al pie del Río Conchos, en lugar del Mississippi, cuyas tropas, dirá Pardee, no necesitan adiestramiento, no son esclavos del código de honor y que atacarán al enemigo son piedad ni cuartel. La incontenible ira de Lassiter, ante la presencia y provocación de Camisa Sangrienta (Rodolfo Acosta), el líder de los Apaches, pondrá al descubierto la verdadera misión de los protagonistas y precipitará la resolución del relato. Gordon Douglas afronta la realización de la película con verdadera pasión y sabiduría narrativa.
La disposición de los personajes es ejemplar. Al fondo del encuadre, en determinadas ocasiones, podemos ver las particulares formaciones rocosas que configuran el famoso parque tribal Monument Valley, que está entre Arizona y Utah, y que tantas veces filmó, y de modo tan personal, el maestro John Ford. Douglas tiene inteligencia de filmarlo tangencialmente y a lo lejos, de manera muy diferente al autor de "Fort Apache (1948)". El uso del viento y de la lluvia como símbolo de muerte y desolación, es sobrecogedor. El plano de Rodriguez en el barro, junto a un carro, en un momento determinado, como paradigma de su traición, resulta muy gráfico. La presencia del fuego y la disposición de las ruinas de las casas que un día acogieron a mujeres y niños, otorgan un continuo pozo de amargura, donde la presencia de la muerte y el desencanto, recorren la cinta de modo inexorable. El relato avanza prodigiosamente. sosteniendo cierta tensión in crescendo gracias a la alternancia de planos cercanos a los personajes, con otros más alejados, desde donde puede surgir la amenaza, que rebelan la necesaria compenetración entre los miembros del grupo. Las espléndidas secuencias del tránsito, descriptivas del recorrido geográfico, subrayadas por el score de Jerry Goldsmith, otorgan un ritmo soberbio a la cinta. La mezcla de las características mencionadas, arrojan la medida exacta a un guión equilibrado y a unos actores adecuados, y componen un western en majestuoso estado de gracia. Secuencias como la del inicio ya comentada, la del ataque de los bandidos mexicanos, o el arrastre de los tres protagonistas en el campamento de Pardee, atados cada uno a un caballo, mientras son apaleados por los Apaches, o y ese final, cuya resolución técnica guarda cierta similitud con la secuencia inicial, donde vemos la mansión a medio construir, que arde inexorablemente y con ella los sueños de la nueva Confederación. Pardee enloquecido, llama a un subalterno, entra en la casa en llamas, resignado a desaparecer con ella. La cámara desciende en plano grúa hasta el suelo. La música de Goldsmith se ralentiza y se toma más solemne. Al pie de la mansión están los restos de los rifles destrozados por la explosión de la pólvora que han provocado Lassiter y Franklyn... los rifles de repetición, por los que los personajes han luchado y se han sacrificado durante los 103 minutos de metraje.
El rifle con el que el Lassiter ha abatido a los Apaches, es parte de un partida de 2.000 fusiles que el Capitan Haven (correcto Stuart Withman) ha perdido meses atrás, víctima de una emboscada por parte de un grupo de hombres blancos más o menos organizados, liderados por el renegado Theron Pardee (excelente Edmon O´Brien). Al Gobierno de los EEUU preocupa que acaben en manos de los indios. Como si se tratase de un comando a punto de realizar un hazaña bélica tan de moda en el cine de entonces, Haven, el sargento Franklyn (el ex futbolista Jim Brown, toda una estrella en años venideros), Lassiter y el oportunista Rodriguez ( un histriónico Tony Franciosa, aunque con un excelente uso del español intercalado en sus líneas de inglés), formarán un heterodoxo grupo que se adentrará en México, provistos de un carromato cargado de barriles de pólvora, en la suicida misión de tratar de encontrar las armas sustraídas (misión de la cual Haven ha hecho una cuestión de honor y de redención personal) y recuperarlas o, en caso contrario, destruirlas.Cuatro personajes muy bien descritos y perfectamente delimitados desde el guión, obra de dos excelentes guionistas, Joseph Landon y Clair Huffaker, según la novela de éste último. Landon comenzó su andadura escribiendo programas en los albores de la televisión estadounidense y fue autor de libretos para el cine de "La ley del hampa (1960)" de Budd Boetticher, excelente film noir de un experto en western, "El Coronel Von Ryan (1965)" de Mark Robson, un correcto film de hazañas bélicas, o "Hacia los grandes horizontes (1966)", también de Gordon Douglas, entretenidísimo pero definitivamente innecesario remake del clásico de John Ford. Clair Huffaker, por su parte, también escribió episodios de series de televisión en sus inicios, entre ellas "Bonanza (1959-1973)", fue novelista y por supuesto guionista de cine, experto en westerns.
Un caso insólito el de Huffaker, por haber participado en todas las adaptaciones de sus obras para el cine, como este sensacional "Río Conchos", pero también en "La estrella de fuego (1960)", "Los justicieros del Infierno (1961)" o "Ataque al carro blindado (1967)". Huffaker también elaboró los guiones originales de "Los Comancheros (1961)", que comparte con "Río Conchos" no poca estructura narrativa y el co-protagonismo de Stuart Withman, "Los 100 rifles (1969)", western blaxploitation al servicio de Jim Brown o "La quebrada del diablo (1971)", otro western de misión suicida. El núcleo central de relato conducido por Gordon Douglas (autor de 17 western a lo largo de 40 años de profesión) particularmente inspirado, constituye un itinerario geográfico, pero también emocional, donde no sólo conoceremos a los personajes, sino que veremos su evolución, sobre todo la de Lassiter, quien encontrará una razón para vivir tras el convencimiento de que hace lo correcto. Ello le llevará a tener que acabar con Rodriguez, quien paradójicamente, entró en el grupo como condición impuesta por el confederado, como su "hombre de confianza", pero no termina de integrarse en la misión, pues, como le reprochará Lassiter, nunca ha hecho nada por nadie que no sea Rodriguez. El itinerario también suavizará el odio racial del personaje principal, cuyo "blanco" en el grupo es Franklyn, a quien define como "el negro del capitán". Ese odio se irá traduciendo a lo largo del film, en respecto, gracias a la sensatez, sentido común y comprensión de que hace gala el soldado de color. También ese odio visceral contra los indios, al estilo Ethan Edwards que tan bien entendió John Wayne en la mítica "Centauros del desierto (1956)", se irá matizando, sobre todo al entrar en escena la joven india (Wende Wagner, actriz relegada en seguida a televisión, en su debút cinematográfico), quien recoge a un niño blanco, en una cuna, indefenso, al pie del cuerpo sin vida de su madre, asesinada en un hogar hecho a pedazos, tal y como le ocurrió a la mujer e hija de Lassiter.
Pero el odio de éste, simplemente se suaviza, permanece latente. esperando la motivación propicia para rebrotar, como si de una esquizofrenia se tratase. La joven Apache evolucionará también de un modo notorio. En un principio, ante el despótico trato de Lassiter, quien la amenaza, no con violarla o matarla, pero aún, con contarle la nariz con un cuchillo para que su gente sepa que ha estado con un hombre blanco y la repudien. La joven se muestra, como no puede ser de otro modo, despectiva e incomunicativa. Cuando Haven, traducido por Rodriguez, le cuenta a aquélla, afligida por el dolor por la muerte del niño en sus brazos, la importancia de que ningún niño blanco o indio, muera víctima de la violencia que desatará entre los pueblos del destino del cargamento de los rifles robados, decidirá ayudarles y conducirles hasta el lugar de entrega de armas, el lugar donde los suyos recibirán la "gran medicina". Haven y Franklyn son los soldados de una pieza, al inquebrantable servicio del deber, sin torcerse de su camino. Son héroes sin fisuras, a quienes Lassiter define diciendo que quieren "llegar a General"- El primero está algo torturado por haber perdido el cargamento de armas que van a sabotear. El segundo hace gala de una comprensión fuera de los común. Rodriguez, por su parte, es fiel a sí mismo y a su "empresa" particular, que pasa por seducir a cuentas más mujeres mejor y traicionar a los soldados, con los que se comporta de modo bastante falso, así como vender el cargamento pólvora al mejor postor.
La traición, el hedonismo y el egocentrismo son sus inmediatos patrones de conducta. Su desgracia, es la evolución del personaje de Lassiter, por quien siente cierta simpatía y respeto. El lugar de confluencia de las armas, el asentamiento al que se llega bordeando el Río Conchos del título, es la nueva sede, un pálido reflejo, de lo que en su día fue La Confederación. La confluencia de los personajes en el lugar, al último tercio de la película, coloca la narración muy cerca de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad, el segundo y más famoso de los libros de Marlow, donde, a finales del siglo XIX, el marinero experimentado, empleado de una compañía británica de exportaciones, recorría el río Congo para relevar a otro empleado de la Compañía, el señor Kurtz, al mando de una explotación de marfil, que había enloquecido y desobedecido todas las órdenes. Lassiter es conducido al campamento, en el momento en que se está realizando la lectura de una Sentencia que condena al prisionero a la pena de muerte tras la celebración de un Consejo de Guerra, acorde a las leyes de la Confederación, sentencia que se ejecuta en el acto. Pardee observa desde el porche de una mansión al estilo colonial sureña, a medio construir, desde donde domina visualmente todo el campamento. Asoma en ese momento la estupenda idea del resurgimiento de la Confederación, en medio de Chihuahua en lugar de Louisiana, y al pie del Río Conchos, en lugar del Mississippi, cuyas tropas, dirá Pardee, no necesitan adiestramiento, no son esclavos del código de honor y que atacarán al enemigo son piedad ni cuartel. La incontenible ira de Lassiter, ante la presencia y provocación de Camisa Sangrienta (Rodolfo Acosta), el líder de los Apaches, pondrá al descubierto la verdadera misión de los protagonistas y precipitará la resolución del relato. Gordon Douglas afronta la realización de la película con verdadera pasión y sabiduría narrativa.
La disposición de los personajes es ejemplar. Al fondo del encuadre, en determinadas ocasiones, podemos ver las particulares formaciones rocosas que configuran el famoso parque tribal Monument Valley, que está entre Arizona y Utah, y que tantas veces filmó, y de modo tan personal, el maestro John Ford. Douglas tiene inteligencia de filmarlo tangencialmente y a lo lejos, de manera muy diferente al autor de "Fort Apache (1948)". El uso del viento y de la lluvia como símbolo de muerte y desolación, es sobrecogedor. El plano de Rodriguez en el barro, junto a un carro, en un momento determinado, como paradigma de su traición, resulta muy gráfico. La presencia del fuego y la disposición de las ruinas de las casas que un día acogieron a mujeres y niños, otorgan un continuo pozo de amargura, donde la presencia de la muerte y el desencanto, recorren la cinta de modo inexorable. El relato avanza prodigiosamente. sosteniendo cierta tensión in crescendo gracias a la alternancia de planos cercanos a los personajes, con otros más alejados, desde donde puede surgir la amenaza, que rebelan la necesaria compenetración entre los miembros del grupo. Las espléndidas secuencias del tránsito, descriptivas del recorrido geográfico, subrayadas por el score de Jerry Goldsmith, otorgan un ritmo soberbio a la cinta. La mezcla de las características mencionadas, arrojan la medida exacta a un guión equilibrado y a unos actores adecuados, y componen un western en majestuoso estado de gracia. Secuencias como la del inicio ya comentada, la del ataque de los bandidos mexicanos, o el arrastre de los tres protagonistas en el campamento de Pardee, atados cada uno a un caballo, mientras son apaleados por los Apaches, o y ese final, cuya resolución técnica guarda cierta similitud con la secuencia inicial, donde vemos la mansión a medio construir, que arde inexorablemente y con ella los sueños de la nueva Confederación. Pardee enloquecido, llama a un subalterno, entra en la casa en llamas, resignado a desaparecer con ella. La cámara desciende en plano grúa hasta el suelo. La música de Goldsmith se ralentiza y se toma más solemne. Al pie de la mansión están los restos de los rifles destrozados por la explosión de la pólvora que han provocado Lassiter y Franklyn... los rifles de repetición, por los que los personajes han luchado y se han sacrificado durante los 103 minutos de metraje.
Frases para recordar:
"Estaba equivocado en cuanto al presagio. Ahora recuerdo, cuando nos conocimos y te dije que había cambiado mi suerte, tu dijiste...para peor".
"¿Qué le parece? Un milagro. Chihuahua en lugar de Louisiana, Río Conchos en lugar de Mississippi, pero aquí...Riverview...de nuevo a la vida, como surgida de las cenizas. Hermoso, ¿no?".
Director: Gordon Douglas.
Intérpretes: Richard Boone, Stuart Whitman, Anthony Franciosa, Jim Brown.
Trailer:
B.S.O.:
Información complementaria:
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Reseña escrita por Manuel García de Mesa.
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